jueves, 8 de enero de 2015

Historia de la Astrología : El gran imperio de la mentira. Por Alejandro Fau








Historia de la Astrología: El Gran Imperio de la Mentira.

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Hace poco, en una fortuita reunión con motivo del cumpleaños de un amigo común, charlaba con un profesor de una muy reconocida universidad europea sobre la increíble proliferación de Universidades Públicas en nuestro país en la última década, y del impacto social que ello constituía en la calidad de vida de la población. “Creo que es algo muy peligroso”, dijo, “pues hoy se pierde más de lo que se gana.”, concluyó mientras masticaba reflexivamente mirando las chispas que ascendían desde el fuego para perderse entre la negrura profusamente estrellada de la noche patagónica. Tras una breve pausa para tragar y beberse un trago de vino, agregó, mostrándome el mutilado Chorizo entre los panes que sostenía en su mano: “Así, en dos generaciones esta exquisitez desaparecerá para siempre y será reemplazada por un 'Big Mac' con forma de salchicha. El mundo necesita más Sabios como el que creó ésto, no más idiotas titulados que perpetúen las falacias creadas en el pasado para ocultar la verdad.”
 
Alejandro Fau | Historia de la Astrología: El Gran Imperio de la Mentira.
Solo las mentes pequeñas quieren tener la razón siempre.
Luis XIV – Rey de Francia (Siglo XVII)


Se presupone que alguien serio, culto e informado debe reunir ciertas características fundamentales para ser considerado como tal. Un Académico no es tal si de lo que dice, el otro, el vulgar profano, entiende inmediatamente más del 40% de sus palabras, citas, conceptos o nombres de personas que usa como argumentos para demostrar o referirse a un algo. Un Académico no es tal, si en sus escritos los pies de página citando antecedentes y fuentes no constituyen al menos el 75 % del volúmen total del texto que figura en sus trabajos. Un Académico no es tal, si no tartamudea aunque sea un poco o, al menos, si su alocusión no suena como si tuviera un puñado de escarabajos vivos en su boca intentando devorar su lengua. No importa si habla de Matemáticas, Leyes, Economía, Política, Física de Alta Energía, de Biología o... de Astrología, si vamos al caso. Cualquiera que no reúna estas características es, sin lugar a dudas, un mequetrefe o, a lo sumo, un pobre alucinado que no merece la más mínima atención o crédito alguno. Lo mismo sucede con su apariencia exterior. Un Académico es tal solo si está correctamente enfundado en un oscuro traje de tres piezas y tiene el cuello rígido firmemente atenazado por una sobria corbata con el emblema de su Universidad o, muy excepcionalmente, por una triste 'pajarita' que le de un aire de inofensiva inocencia sumisa, -y si tiene la desgracia de ser mujer, pues es mucho peor, ya que su apariencia nunca podrá ser alegre o siquiera femenina y deberá de imitar en todo lo posible la incómoda indumentaria anteriormente descrita para sus pares masculinos, amén de ser al menos el doble de inteligente (?) y fanática que ellos- si es que quiere ser tenido en cuenta en cualquier conversación considerada 'importante'. Un Académico solo puede referirse a lo que fue y nunca a lo que es a menos que sea igual a lo que ya ha sido, caso en el cual será asumido no solo como válido sino como 'reveladoramente' cierto cuando se hagan las pruebas y comprobaciones correspondientes, lo que puede llegar a tardar algunos años. En resumen, solo se será alguien creíble si se habla de algo de lo que ya mucho se ha hablado, descrito, escrito, probado y aceptado como “verdadero” antes de que él mismo naciera sino, es mejor que cierre el pico. Patético ¿verdad? Pues así es como funciona nuestro mundo del conocimiento y pensar lo contrario es, cuanto menos, pecar de iluso.


¿A qué obedece que lo anterior sea así? Pues a muchas causas. La principal es que esa es la “figura de autoridad” que nos fue implantada en el inconsciente durante casi 2 milenios por quienes históricamente han detentado el Poder del Conocimiento para poder mantener su posición dominante eternamente. El mejor modo de que ésto suceda es, pues, que nada cambie. A menos que sea en provecho de los poderosos, claro. Tal es el origen y razón de ser de las denominadas Instituciones Fundamentales de Poder (a saber: Gobierno, Iglesia y Fuerzas Armadas), que se replican y espejan en cualquiera otra que pueda ser concebida como tal. ¿Se han fijado que si bién en apariencia hemos evolucionado mucho tecnológicamente, socialmente estamos igual que hace tres milenios? Abajo quienes trabajan y sufren, por sobre éstos los estudiosos y sapientes que pergreñan y filtran lo que le “conviene” saber, y lo que no, al pueblo (los científicos diríamos hoy), luego como barrera de contención ante cualquier discenso están las fuerzas armadas, y por encima de ellos quienes gobiernan y disfrutan de todos los beneficios logrados por el esfuerzo conjunto (los Capitalistas, Reyes -hoy día también la clase “política” de orden superior- y la Jerarquía Eclesial) Aquellas instituciones que regulan (y reglamentan) el conocimiento son solo un ejemplo de esa misma estructura, y son el filtro previo indispensable a atravesar para acceder a cualquiera de las Instituciones Fundamentales de la tan mentada “Democracia Moderna”; amén de ser en sí misma una poderosa herramienta de control de la población retrasando, o directamente impidiendo, su normal desarrollo intelectual instruyéndola, y no educándola, hacia lo conveniente. ¿Pero qué es lo conveniente? Pues, según el estado actual de las cosas en el Mundo, hoy lo conveniente es... consumir. Consumir, consumir, consumir. No importa qué o para qué, sino consumir cada vez más y más. El conocimiento real sigue siempre en manos de unos pocos, y el resto es adoctrinado solo con retazos de verdades que ayudan a perpetuar la ignorancia y la obediencia sin ningún tipo de discusión. Los jerarcas de éstas instituciones son quienes garantizan que nada cambie... ¿Alguna vez se preguntaron de dónde viene la costumbre esa de usar “togas” en los graduados universitarios, por ejemplo? Las primeras Universidades Occidentales fueron creadas allá por el Siglo XII por la Iglesia Cristiana, históricamente poseedora y guardiana del conocimiento. Una de las materias obligatorias, y fundamentales por supuesto, era la Teología (también la Astrología, pero ya volveremos a ello). Por tanto los “graduados”, los tan mentados primeros “doctores”, eran indefectiblemente también ordenados como sacerdotes y se los investía con el uniforme eclesial que los distinguía como propios, y eran de allí en más considerados como los soldados del ejército intelectual de la Iglesia que garantizarían la prevalencia de la fe... y de su muy conveniente dogma, claro. Pues bien, hoy, aunque sagazmente encubierto, todo ello también sigue exactamente igual que antes.


Muy cierto es que ha habido grandes avances y cambios en tanto el pensamiento y el modo en que se encara el conocimiento por parte de las instituciones a lo largo de la historia. Sin dudas uno muy, pero muy importante ha sido allá por mediados del Siglo XVII justamente durante el reinado de quién citamos al inicio de éste artículo, “El Rey Sol” (Luis XIV de Francia), y que sirvió de disparador para que un siglo más tarde el tsunami del Iluminismo arrasara a Occidente y que, literalmente, transformara el Mundo y sus Instituciones (Sí, sí... Plutón por aquella época estaba en Géminis, ¡casualmente!). Joannes Baptiste Colbert, Jefe de Gabinete y Ministro de Hacienda del Reino de Francia, por orden de Le Roi crea la Academia de Ciencias de Francia con la idea de apartar a la Iglesia del monopolio en la generación y distribución del Conocimiento que detentara hasta entonces. Monsieur Colbert era simplemente eso, el Señor Colbert, no era Conde ni Duque ni Marqués; no era un noble en absoluto, provenía de los estratos más populares del reino y llegó a ser, oficialmente después del Rey claro, el hombre más poderoso de Francia. Pero... ¿por qué ocupaba un puesto tan importante si no pertenecía a la aristocracia? Pues bien, si debemos creer las propias palabras de Luis XIV, porque era el hombre más condenadamente inteligente de toda Europa. Todo lo erudita y astutamente inteligente que pudiera serse en el Siglo XVII, obviamente, y además, porque odiaba tan profundamente al Estado Papal como el mismo Rey. (También porque el Reino de Francia, y el propio Rey, le debían incontables sumas de dinero... pero eso es otra historia) Su reforma del sistema educativo fue muy muy profunda y radical, con él comienza la Enseñanza Laica en todo el continente y se prohibe la enseñanza de la Astrología en las Universidades de Francia (medida que inmediatamente es asumida en toda Europa Continental e Insular, y también, paradógicamente, en los Estados Pontificios). Pero la “Astrología” no desaparece por ello de los claustros totalmente sino solo parte de ella, aunque sí dejará de enseñarse como un todo de allí en más. Es desmembrada en tres partes: Matemáticas, Astronomía y Filosofía, y el “Arte” (aquello que la amalgama y le brinda su profunda coherencia) fue desterrado y catalogado como mera superstición y arrojado, junto con todos sus tratados oficiales de estudio, en una hoguera. ¿Debiéramos condenar como astrólogos a Jean Baptiste por ello? Bueno, pues sí... y no. Porque, aunque les cueste creerlo, también nos hizo un gran favor haciendo lo que hizo.


A partir de la Gran Quema de los tratados de estudio y del paso a la clandestinidad de la Astrología, los nuevos astrólogos debieron procurarse los textos nuevamente volviendo a las fuentes, y con ello descubriendo muchas buenas nuevas, otras no tan buenas ni nuevas, y, como siempre, algunas muy terribles cosas. De entre ellas la más terrible de todas era que la enseñanza “oficial” del último medio milenio era, simplemente, basura... Las pruebas de ello las encontraron tanto en sus viajes a las remotas tierras del Mediterráneo Oriental, como dentro de las bibliotecas de los mismos monasterios europeos donde siempre habían estado, esos lugares en donde abnegados monjes en su mayoría analfabetos copiaban los libros que los traductores les entregaban para ser distribuídos en las Universidades de Europa. Ante la desaparición de las copias en latín, que obviamente habían sido quemadas, aquellos que tenían la capacidad de leer griego, siríaco y árabe, descubrieron que aún existían textos originales archivados allí pese a la prohibición que pesaba sobre ellos. Durante este turbulento período del que hablamos, finales del Siglo XVII y pricipios del XVIII, tiene origen una fractura importante dentro de la Astrología que permanece hasta nuestros días. Por un lado quedaron aquellos que habiendo rescatado de la hoguera los textos “oficiales” se dedican a perpetuar la fantasía academicista “tradicional y erudita” que continúa hasta hoy, y que podríamos denominar como la corriente de “los medievalistas católicos” -aunque no profesen esa religión- y que son los más típicamente fatalistas (entre ellos los astrólogos predictivos con gran acento e insistencia en los cálculos matemáticos, puntos virtuales, kármicos, y etc.); y por el otro lado la corriente de “los herejes”, que son quienes siguen refinando y desarrollando el saber antiguo y que paradógicamente son los más modernistas (Los astrólogos humanístas, los ciencistas, etc.). Es muy fácil identificarlos tanto en aquella antigua como en ésta moderna época en que vivimos por sus objetivos mundanos con el arcano Arte: Para los segundos es el ansia del Conocimiento puro y el lograr el completo desarrollo del Ser Humano; para los primeros, vincularse estrechamente con el Poder, gobernar sobre la voluntad de otros, y procurarse para sí una gran fortuna. Una división que también subyace en tantas otras áreas del conocimiento, por cierto, como en la denominada “Ciencia” de hoy en día, heredera del conocimiento academicista universitario post-astrológico; mientras que algunos ven en cada nuevo descubrimiento el potencial para ayudar a toda la humanidad, otros solo pueden ver una nueva arma para destruír a sus enemigos o la oportunidad de ganar muchísimo dinero guardandolo solo para sí...


Pero mejor sigamos avanzando con lo nuestro. Entre esos originales que encontraron nuestros antecesores había tanto textos que nunca fueron traducidos y que habían sido previamente expurgados y totalmente prohibidos, como otros que habían sido falseados, mutilados y en parte re-escritos para adaptarlos al dogma católico y justificar así su divina autenticidad como única iglesia “verdadera” (algo que ya habían hecho con muchos libros de historiadores antiguos, por cierto). En nuestros días debemos pues tener muchísimo cuidado cuando nos decidimos a estudiar a los Grandes Clásicos de la teoría astrológica helenística como lo son  Claudio Tolomeo (Syntagma -llamado luego Almagesto por los árabes- y el Thetrabiblos) y especialmente a Julius Firmicus Maternus (De Errore Profanarum Religionum -Del error de las Religiones Paganas- y la Mathesis -que en realidad se llamaba: Matheseos Libri VIII, Los Ocho Libros de la Mathesis-), pues existen muy diferentes versiones de cada uno de ellos en circulación y debe prestarse mucha atención a su procedencia si es que en verdad queremos sacar provecho de su lectura, pues ambos fueron la columna vertebral del Corpus Astrologicum en que las “Universidades” del Medioevo basaron su enseñanza. Hablaremos un poco sobre ellos, estos autores y sus obras, de cómo fueron a parar allí o del porqué fueron eliminados o mutilados algunos de esos textos; pero primero nos referiremos al contexto en donde ésto sucedió para comprender mejor el cómo es que la Iglesia Católica Romana está obligada a abrazar públicamente a la Astrología en sus orígenes; decimos “públicamente”, porque a nadie escapa hoy en día que es causa oculta de su mismo origen. La principal razón es que allá por el Siglo IV el ya decadente Imperio Romano adopta oficialmente la fe Cristiana con intención de lograr una estabilidad interna que se había desmadrado a causa de las dimensiones que había adquirido por medio de la conquista y de la megalomanía de sus gobernantes. Si bien tenía una clara unidad política con su centro en Roma en cuestiones de prácticas y creencias religiosas era un calidoscopio de lo más variopinto, lo que generaba una cada vez mayor ineficiencia económica para las arcas de un Estado elefantiásico que se volvía más y más oneroso de sostener en el tiempo. Había que apelar a la voluntad Divina en serio para lograr seguir estrujando al pueblo y continuar así con la fastuosa orgía por siempre jamás. Para lograr ésto no era suficiente con elegir alguna de las tradiciones milenarias existentes, pues ello recrudecería las viejas rivalidades que acarrearía enormes gastos militares para imponer el orden y el Imperio no podía ya afrontarlos sin perder más de lo que ganara con ello. Se decidió pues apelar a la más jóven (para su época), pues ello era mucho más fácil en vista de su creciente renombre entre los descontentos de siempre y, debido a su generalizado desconocimiento, mucho más simple de manipular y adaptar a los fines imperiales sin que nadie protestara por ello o pudiera discutirlo siquiera. Lamento ser yo quien los informe tan crudamente de ello, pues sé que muchos/as de ustedes profesan ésta religión y que todos, absolutamente todos, fuimos instruídos por ella y su monumental aparato educativo deliberadamente desinformante, pero la “invención” de la Iglesia Católica Romana obedeció a una necesidad política de un Imperio que se desmoronaba económicamente y la de sus líderes que se negaban a perder sus obsenos privilegios por sobre el pueblo del mundo de Occidente... y ciertamente su objetivo nunca fue el de lograr la paz y la armonía, sino solo la sumisa obediencia que garantizara el seguir recaudando y concentrando el poder fáctico del mundo en pocas manos.


Pero bién, en el Siglo IV con una Religión totalmente novedosa no se lo consigue todo, también había que incluírle algo que aceptaran todos y no solo los disconformes, debía tolerar algunas cosas que ya eran de práctica común. Dentro del Imperio Romano lo más comúnmente aceptado en cuestiones de creencias era pues... la Astrología. La Astrología Helenística, si debemos ser más precisos. Como tantas otras cosas, la astrología llegó a Roma debido a la influencia griega. Entre los griegos y los romanos, Babilonia o Caldea se identificaba tanto con la astrología que la "sabiduría caldeana" se convirtió en sinónimo de videncia a través de los planetas y las estrellas. Los astrólogos estuvieron muy en boga en la Roma Imperial. En efecto, al emperador Tiberio se le había predicho su destino al nacer y, por esta razón, se rodeó de astrólogos como por ejemplo Trasilo de Mendes, que era su favorito. En palabras de Juvenal, "hay personas que no pueden aparecer en público, cenar o bañarse, sin haber consultado primero una efemérides". Doy fe que hoy día hay muchas personas que padecen de lo mismo siguiendo con esta paranoica costumbre. El Emperador Claudius, por otra parte, favoreció en Roma todo tipo de augurios y, por supuesto, a los astrólogos. Así fue que en sus inicios la Nueva Iglesia toleró la Astrología a instancias del Emperador y de su círculo de poder para mantener las tradiciones romanas. La dicha duró poco en verdad, ya que un siglo y medio después, a instancias de Constantino, no solo se la prohibió, sino que a los astrólogos se les ordenó quemar sus libros, y fueron perseguidos y ejecutados incluso muchos matemáticos para evitar que los reescribieran y mejorasen. Una historia oscura la nuestra, en verdad. Pero en fin, estabamos en las Universidades del Medioevo creadas por esta misma Iglesia en donde la Astrología era la única “ciencia” aceptada como tal y debía enseñarse para ser considerado alguien “culto” y apto para ejercer el Gobierno de las Naciones Occidentales y Cristianas. Pero... ¿de dónde iba a sacar la Iglesia Astrólogos de renombre que no hubiese asesinado, torturado o desacreditado a lo largo de su propia história habiéndolo tachado de hereje, pagano, demoníaco o blasfemo?
Comencemos haciendo una breve síntesis sobre nuestro tan conocido Tolomeo, ya que todos hemos oído hablar de él en nuestros estudios escolares básicos aunque de modo muy vago y ciertamente muy inexacto. Se nos dijo que era un encumbrado y sabio personaje de la nobleza egipcia, y estudioso astrónomo de la antigüedad que llevaba la dirección de la famosísima Biblioteca de Alejandría con el propósito de impresionar nuestras virginales e ignorantes mentes de pre-púberes, pero esto no es más que otra de las mentiras que construyó la Iglesia Católica Romana para dotar de un prestigio que no tenían a esos personajes que debían validar su dogma. Klaudios Ptolemaios, tal su nombre real, nació en Tebaida, Egipto, allá lejos en el año 100 de nuestro calendario (inicio del Siglo II), y si bien provenía de la familia dinástica de los Ptolomeos (de hecho si Roma no hubiese invadido jamás egipto hubiese sido el Faraón Ptolomeo XVI si algún primo no lo asesinaba antes para hacerse con el poder, cosa muy común por aquel entonces), su familia estaba desde hacía generaciones muy venida a menos a causa de ser egipto una alejada y empobrecida provincia del Monumental Imperio Romano. Como hijo de una familia acomodada fue enviado a estudiar a Alejandría en lo que quedaba de la famosa Biblioteca, la que ya había sido saqueada e incendiada dos veces perdiendo algo así como el 95 % de su original contenido durante los dos siglos anteriores a su llegada. Al concluír sus estudios quedó trabajando allí como un funcionario segundón dando algunas clases y haciendo algunas investigaciones que justificaran su estancia ahí. Hoy diríamos que era un niño de familia rica venida a menos que estudió y trabajó como mediocre profesor en una Universidad de segundo orden a causa de la influencia de su familia, porque nadie sabía dónde ponerlo. Fue un aceptable matemático para su época aunque no muy lúcido, un astrónomo bastante malo, mejor óptico e intuitivo aunque pésimo geógrafo. Su mayor logro fue la invención del Teodolito y la idea de un sistema de coordenadas para la confección y lectura de mapas (aunque su metodología de calcularlas era horrorosamente inexacta). ¿Por qué entonces la sagaz Iglesia Católica Romana ensalzó tanto a este mequetrefe al que nadie hubiera mirado dos veces en su tiempo? Pues... porque sostenía tozudamente la idea de un Cósmos Geocéntrico. Según su teoría la Tierra era el Centro de todo lo que existía, estaba absolutamente inmóvil y todo el Universo giraba a su alrrededor, y ésto era muy pero que muy conveniente para el dogma judeo-cristiano. Debemos recordar que Aristarco de Samos unos 400 años antes de que naciece Tolomeo (en el 280 A.C, Siglo -III) ya había propuesto y demostrado que la Tierra giraba sobre sí misma y en torno al Sol, pero... 1) Sus libros se habían quemado durante el primer incendio de la Biblioteca y el Museión 200 años antes y Tolomeo ignoraba lo todo de él, aún siquiera su mera existencia; y 2) Aristarco era un maldito pagano y no debía dársele crédito según la Iglesia, que sí sabía de su existencia y de lo que hablaba (Recuerden que mandaron asesinar a Hypatía, primer mujer científica de la historia -astrónoma y matemática-, por atreverse a postular lo mismo allá por los inicios del Siglo V) La Teoría y “demostración” del Universo Geocéntrico es de lo que trata el Almagesto, texto universitario de Astronomía obligatorio en el Medioevo junto con un muy acotado Thetrabiblos (que es un texto posterior y que habla específicamente de astrología, principalmente Caldeo-Babilónica) el que habían respetado en un 45% apróximadamente porque el resto eran solo “vulgares paganismos”, aunque nadie supo jamás de eso en ese entonces salvo los traductores -Ptolomeo escribió solo en Griego, aunque las traducciones que se conocen de su obra provienen del sirio y el árabe pues sus manuscritos se perdieron incluso antes de su muerte en el tercer incendio que arrasó lo que quedaba de la biblioteca de Alejandría. Su primer traducción al Latín la realizó Gerardo de Cremona en el Siglo XII para más datos-. Menuda censura de un conocimiento ya bastante vapuleado, ¿no les parece? Pues, la cosa se pondrá aún más interesante todavía...


Había que buscar otro autor antiguo, Cristiano de ser posible, así que se remontaron a sus primeros orígenes para conseguirlo. El pobre tipo se llamaba Julius Maternus Firmicus, había sido un buen abogado, y había escrito De Errore Profanarum Religionum allá por el año 346 por encargo de la Iglesia Imperial; pero que convenientemente había sido, décadas antes de su conversión al Cristianismo tras lo cual se le había hecho el encargo que mencionamos, ¡un ferviente entusiasta de la Astrología! (aunque no había sido de ningún modo astrólogo ni mucho menos, ya que era un pésimo matemático). Allá por el 334 había compendiado para un amigo y patrón suyo llamado Lollianus Mavortius (un alto funcionario del gobierno imperial según nos informa Marcelino, el historiador Amiano -nacido en 330 y muerto en 395 dC- y cuyas promociones registra en una serie de inscripciones en sus textos), y con el solo fin de ganar sus favores, todo el conocimiento astrológico helenístico de su época en una especie de Manual Teórico-Práctico que llamó: Matheseos Libri VIII (Ocho libros de la Mathesis). Por aquella época en que lo escribió, Julius era un descreído de todas las religiones e incluso del cristianismo, así que debían hacerse algunos ajustes. Se la tituló simplemente como Mathesis y solo se respetaron los libros III, IV y VI, y el resto fue reescrito para ajustarlo a lo conveniente. Ambas obras eran el fundamento principal de la materia Astrología en las universidades medievales, con el apoyo logístico de Tolomeo en cuestiones que tenían que ver con su fundamento matemático. La obra original de los Ocho Libros de la Mathesis (escritos desde su origen en latín) no vieron la luz pública en su forma completa y real hasta 1898, año en que W. Krool y F. Skutsch la publican en Alemania como “curiosidad” por primera vez. Como vemos, nuestra tradición “académica” deja mucho que desear; y si a ésto le sumamos que toda la educación recibida en occidente tiene el mismo origen pues, yo diría que estamos hasta la coronilla de toda la basura que han metido en nuestras cabezas durante el último milenio para decirnos lo que debemos creer o no, sentir o no y ser o no ser, para que todo siga siendo como siempre fue: Injusto y profundamente desigual...


¿Cómo? ¿Qué? ¿Que qué es entonces lo que pienso yo de la gran proliferación de Universidades en nuestro país? Pues... que está muy bién, pero que tampoco es suficiente. Se, como cualquiera que pueda tener el coraje de aceptarlo, que con nuestro actual sistema económico mundial y nuestra sociedad cada vez más tecnologizada serán necesarios cada vez más trabajadores altamente especializados y que el mercado laboral exigirá que estemos a la altura para poder sobrevivir tanto nosotros como nuestras familias; también se que sin dudas la práctica del estudio, los nuevos conocimientos y la agitación intelectual que promoverán los cláustros, darán a luz a muchos que tendrán la mente lo suficientemente abierta para lograr torcer el rumbo que venimos siguiendo como modelo imperial social histórico, y que podrán llegar a tener la oportunidad de cambiarlo de una vez y para siempre solo si nosotros nos preocupamos de que así sea. Ya tenemos Universidades Públicas y Gratuitas, y espero que existan aún muchas más, pero lo que con urgencia necesitamos también ahora, es garantizar que esas mismas universidades sean intelectualmente independientes y totalmente libres sino, a lo sumo, solo llegaran a ser una más eficiente máquina de fabricación de esclavos
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miércoles, 7 de enero de 2015

Conocimiento y universidad. Por Jesús Navarro.












Jesús Navarro. Zaragoza (España).

Artículo publicado por el periódico La Vanguardia, 10/02/2002. El autor es doctor ingeniero en Telecomunicaciones y catedrático de Ingeniería Electrónica y Comunicaciones (Universidad de Zaragoza).
La astrología emerge en un contexto (Mesopotamia, segundo milenio a. de C.) de observación sistemática y técnicas matemáticas rigurosas, alejado de lo fantasioso u onírico. Sometida a un progresivo proceso de profundización, se hace merecedora del nombre de ciencia: “Comparadas con el trasfondo de la religión, de la magia y del misticismo, las doctrinas fundamentales de la astrología son ciencia pura”, dice O. Neugebauer refiriéndose a la época helenística. En dicha evolución, los ataques los recibe cuando, degradando su condición de conocimiento riguroso, cae en las garras de la superstición.
Modernamente, debido a la variación histórica de los referentes de cientificidad, la astrología pierde su antiguo estatus. La ciencia actual se basa en un paradigma disociativo y reduccionista, donde conocedor y conocido son realidades radicalmente separadas; mientras la visión del mundo que caracteriza lo astrológico es sistémica y holística, postulando la sintonía entre el universo y sus partes, observador incluido. Dirimir entre ambos presupuestos resulta filosóficamente problemático, así como fijar criterios estrictos para aceptar, o no, un área de conocimiento como “científica”.
Operativamente es defendible dar por bueno un determinado paradigma, pero ello no excluye la potencial validez de los restantes. De hecho, en la filosofía del siglo XX se crítica el positivismo racionalista y el conocimiento científico moderno como criterios excluyentes de verdad o de acceso a la realidad.
Por otra parte, la genuina astrología es ajena al fatalismo. En el“Enuma Elish” (poema babilónico de la creación) veía el trabajo humano como sustitutorio del de los dioses, control del destino incluido, contando los hombres para ello con la ayuda de los mensajes astrológicos. Y en el “Tetrabiblos” se lee: “No hay que pensar que lo que ocurre a los hombres por los cuerpos celestes sea inevitable, como algo fatal que el hombre no puede apartar”, postulando concordancia y semejanzas (no influencias) entre ambiente y neonato. Este posicionamiento ptolemaico tiene continuidad hasta el presente (De Whol–astrólogo al servicio de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial– escribe: “[las configuraciones astrológicas] no traen necesariamente los acontecimientos /.../ Los aspectos astrológicos son como chispas. Tiene que haber material explosivo a la redonda si han de provocar una explosión”), y converge con los resultados experimentales de Gauquelin (el más famoso investigador astrológico del último siglo) sobre la herencia astrológica.
Sin embargo, como advierten los más relevantes autores astrológicos (Ramon Llull, entre ellos), la incidencia del mercantilismo, el agorerismo y las ansias futurománticas sobre la astrología ha dificultado su correcta comprensión y, más aún, su práctica consistente. En cualquier caso, gracias a trabajos de investigación llevados acabo durante el siglo XX, la naturaleza y posibilidades del genuino saber astrológico van siendo mejor aquilatadas. De hecho, empieza a tomarse conciencia de que las aportaciones astrológicas en el ámbito psicológico se mantendrían perfectamente en pie, a nivel simbólico, aunque no llegaran a confirmarse nexos objetivos entre los procesos humanos y las dinámicas astronómicas.
Pero también es un hecho el creciente número de datos experimentales proclives a lo astrológico, habiendo aparecido incluso hipótesis explicativas ofrecidas por científicos de prestigio (Seymour, Fuzeau-Braesch), a la par que las instituciones universitarias se van acercando a todo ello con el debido rigor académico. Por ejemplo, el Kepler Collage (Estados Unidos) impartiendo una titulación astrológica estatalmente reconocida; la Universidad de Southampton (Reino Unido) constituyendo un grupo de trabajo especializado en estos temas, o la Universidad de Zaragoza (España) ofreciendo una asignatura de libre elección sobre temática astrológica.





lunes, 5 de enero de 2015

Tratado de Astronomía de Ramón Llull ( Extractos ). Por L. Playà










TRATADO DE ASTRONOMIA

Ramón Llull



Traducción y presentación, L. Playà



¿Tiene alma el cielo? 


En el mes de octubre del año 1297 y en la ciudad de París, Ramón Llull terminó su Tractat d’Astronomia, obra originalmente escrita en catalán y más tarde traducida al latín. (1)

El tratado se divide en dos grandes bloques y éstos a su vez, se subdividen en secciones. El primero estudia los signos y los planetas, así como los movimientos e influencias de éstos en aquéllos, corroborando, por sus definiciones, las posturas tradicionales al respecto. En el segundo es donde aplica los principios y el método de su Ars, calificando a la Astronomía de «verdadera ciencia» y a los astrólogos de «verdaderos hombres de ciencia» siempre y cuando, y ante todo, no ignoren a Dios como principio soberano.

En el capítulo IV de la segunda parte, Llull nos da cuenta de esta absoluta potestad de Dios respecto al determinismo astral que rige el mundo sublunar: «Dios, mediante su poder, su justicia o la gracia que desee aplicar abajo, cambia la constelación para hacer su gracia o justicia sobre una región u hombre; por ejemplo, si por naturaleza de Aries, Júpiter y Marte el hambre o la enfermedad deben reinar en una región, Dios, mediante la oración y la salud de algún o algunos hombres, concederá salud (2), lluvia y abundancia de bienes temporales».

El alma, potencia que forma y causa los movimientos en el mundo inferior, es apreciable en los tres reinos, pero ¿tiene el cielo alma? Llull le otorga una, cuya forma motriz se mueve por ella misma, en ella misma, circularmente, sin conocer horas, días ni años; es la causa de todo ciclo vital aquí abajo. Sin este continuo movimiento, que es al mismo tiempo su reposo, la vida microcósmica no sería posible; en consecuencia, todos aquellos que ignoren este alma y se dediquen a la astrología, dice Llull, su trabajo será muy deficitario y su conocimiento muy insuficiente, pues «quien ignora la causa no puede conocer la verdad del efecto».

Es interesante comparar la teoría de Llull sobre el alma con los apartados 33b-37a del Timeo, donde Platón, explicando la formación del mundo, el cielo y el alma, habla de ella en estos términos: «El Alma, difundida en todas direcciones, desde el punto medio hasta los extremos del cielo, rodeándolo en círculo por la parte exterior, y girando circularmente en ella misma, sobre sí misma, comenzó con un comienzo divino su vida inextinguible y razonable, para toda la duración de los tiempos. De esta manera nacieron, por una parte, el cuerpo visible del Cielo, y por otra parte, invisible, pero partícipe del cálculo y la armonía, el Alma, la más bella de las realidades producidas por el mejor de los seres inteligibles que existen eternamente».


TRATADO DE ASTRONOMIA


de Ramón Llull (Extractos)


Sobre el alma del cielo

El cielo tiene alma


Se pregunta si el cielo tiene alma o no. Vamos a probar mediante nueve tipos de cuestiones que tiene alma, ya que al preguntar qué es el cielo y de qué está hecho, se pregunta si el cielo tiene alma o no; e igualmente, al pedir qué es el cielo y las otras cosas, se pregunta cuáles son sus convenientes e inconvenientes y si las cosas que uno pide existen o no.

El cielo posee un cuerpo más extenso y grande que cualquier otro cuerpo; posee bondad, grandeza y los demás principios (3), tal y como hemos probado. Por esta razón aquí abajo pueden existir, gracias a él, los fines naturales que sin él no podrían existir.

El cielo, por naturaleza corporal, tiene mayor cantidad de bondad y demás principios que ningún otro cuerpo; lo mismo ocurre con respecto a su movimiento y sus otras cualidades. Su movimiento es el principio del tiempo. Y en él se colocan todos los demás cuerpos. Y su manera es la causa de las maneras corporales que están aquí abajo; y lo mismo para sus instrumentos. Todas esas cosas son verdaderas, como ya lo hemos probado.

Consideradas las alturas y naturaleza del cielo y sus partes, sabemos que tiene alma. Así como el Sol con su natural resplandor causa el día, el cielo, por medio de su alma causa, aquí abajo, alma vegetativa y sensitiva.

Así pues, como el Sol no puede causar el día sin claridad, por la misma razón el cielo no podría causar aquí abajo el alma si él no la tuviera, por lo que deducimos que el alma es forma y perfección del cuerpo: la causa no puede ser perfección del efecto sin ser perfección de si misma. Por lo tanto, el cielo tiene alma, y con ella perfección, siendo la causa de alma vegetativa en los árboles y de vegetativa y sensitiva en los animales.

El árbol tiene cuerpo, y su cuerpo está hecho de forma y materia; su alma, que es la vegetativa, informa y constituye la forma del cuerpo, y con la forma del cuerpo constituye la materia del cuerpo. Así pues, dentro del árbol está la vegetativa, fin y plenitud el árbol, por esta razón todas sus partes el deseo de vegetar. Lo mismo sucede con respecto al cielo: tiene un cuerpo compuesto de forma y materia, ya que sin forma y materia no sería un cuerpo ni tendría movimiento. Y si el cielo tuviera otra forma que no fuera la perfección de la del cuerpo, sería el árbol de más noble condición que el cielo, que naturalmente es su causa, lo cual es imposible. Así pues, el cielo tiene alma.

La forma del árbol, que junto con la materia constituye el árbol, no tiene otro deseo que el de hacer substancia con la materia, ocurriendo lo mismo con la materia. Cuando el árbol está seco y en él no se halla la vegetativa, su forma sólo desea ser aquel cuerpo. Pero cuando la vegetativa está en él, gracias a ella, apetece el fin por el que existe: multiplicar su naturaleza y su semejanza. Por esto, si el cielo no tuviera alma, su forma y su materia sólo desearían restituir el cuerpo a su bondad, grandeza y las otras partes de que está compuesto, las cuales a su vez, serían imperfectas, vacías de finalidad y ociosas, pues carecerían de naturaleza y de deseo de obrar y realizar. El cielo no tendría, por sí mismo, movimiento natural y sería el instrumento de los fines de abajo sin ningún otro tipo de deseo; tal como el martillo es al clavo, que por sí mismo no tiene movimiento y no desea herir al clavo. Conviene, pues, que el cielo tenga alma que informe la forma de su cuerpo hacia la finalidad de sus partes y de las substancias de aquí abajo.

Entre la naturaleza y la esencia existe una diferencia: mientras la esencia tiende a restituir el ser, es decir, la humanidad restituye al ser humano la leonidad al ser del león y la fogosidad al ser del fuego, la naturaleza tiende a naturar; o sea, que la naturaleza del hombre da deseo de humanizar, la naturaleza del león, de leonizar y la del fuego, de calentar.

El fuego no tiene alma, pero sí el cielo, que mueve el fuego por naturaleza a calentar. Si no tuviera alma no habría naturaleza con la que moviera el fuego a naturar, pues la materia y la forma del cielo no tienen otra intención que la de construir el ser celestial. Pero como el cielo tiene alma, mueve por ello, al fuego a calentar y elementar de manera natural, por lo que el fuego sin el alma del cielo carecería de la naturaleza para naturar la piedra y el oro, así como las otras cosas, pues su deseo estaría totalmente cerrado en su ser y en existir tan sólo en esencia.

Hemos probado que el cielo tiene alma, ahora indagaremos qué es y cuál es su alma, y en primer lugar probaremos que el cielo no tiene alma vegetativa, sensitiva ni racional.


El cielo no tiene alma vegetativa, sensitiva ni imaginativa


El alma vegetativa une la naturaleza de vegetar, que viene por el húmedo nutridor con la especie de aquel cuerpo al que está unida; así ocurre como en el árbol que, con la vegetativa, convierte la tierra y el agua en hojas, flores y frutos. Lo mismo sucede con el caballo que convierte la hierba que come, en su especie, es decir, en carne y sangre de su cuerpo. En lo que respecta al cielo, sus partes no reciben crecimiento, ni hay en ellas generación ni corrupción; por lo tanto, el cielo no está animado con alma vegetativa.

En los cuerpos sensibles, la sensitiva da deseo de sentir, comer, beber, velar, dormir y de engendrar una substancia sensible a otra substancia de su especie. Esto no sucede con el cielo, pues el cielo no desea comer ni beber, éstas son obras para sostener al cuerpo para que no se corrompa; el cielo no tiene ojos, oídos ni otras partes que pertenezcan al sentir. Y como el alma sensitiva no puede existir en el cuerpo sin tales operaciones, queda demostrado que no se encuentra en el cielo.

El alma racional tiene la naturaleza de recordar, comprender y amar. Todas sus operaciones las efectúa con libertad de elección, hace sentir y vegetar al cuerpo con que se une, hace que se mueva y esté como le plazca, moviéndolo unas veces hacia Levante, otras hacia Poniente, Mediodía o Tramontana. Esto no lo hace el cielo. Pues el cielo está continuamente en movimiento y no tiende por naturaleza a moverse hacia Oriente, ni su alma hace que su cuerpo gire sobre sí mismo o sienta. No tiene, pues, el cielo alma racional, ya que si la tuviera haría con él y con su cuerpo lo que el alma racional hace aquí abajo con los cuerpos y en los cuerpos con los que está unida.


El movimiento es el alma del cielo


Conviene que el alma del cielo sea la esencia más general a la finalidad por la cual existe naturalmente; así como la vegetativa es el alma del árbol, puesto que es la más conveniente a su finalidad, que es la de dar fruto; lo mismo sucede con la sensitiva, que es el alma de las bestias, ya que lo más útil para las bestias es el sentir. Así pues, como el cielo es más útil aquí abajo con su movimiento que con ninguna otra esencia de sus partes, conviene por ello que la esencia motriz sea su alma, la cual lo mueve y le da forma y complexión, de acuerdo con su finalidad.

Y se mueve de esta manera, de acuerdo con su finalidad, por sí mismo, con su forma motriz, tal como se mueve el árbol por su vegetativa a vegetar y la bestia por su sensitiva a sentir.

El cielo se mueve naturalmente por su forma motriz de Levante a Poniente y mueve el Sol y los otros planetas de Poniente a Oriente. Esto no lo podría hacer el cielo si la forma de su alma no fuera motriz; pero como lo es, atrae con su motricidad el movimiento de ellos, como lo hace la vegetativa en el árbol sobre el agua y la tierra en cuanto las convierte en su esencia y especie.

El cielo está sujeto a su movimiento sin ahora, momento ni tiempo, pues no tiene en sí horas, días ni años, ya que todo su movimiento existe sin sucesión de tiempo, tal como su círculo no tiene principio, medio ni fin, y por ello, causa aquí abajo momentos y tiempos sucesivos. El cielo no podría hacer esto si su alma no fuera el movimiento de la forma motriz y causa del movimiento sucesivo que multiplica el tiempo y sus partes, que son: momentos, días, horas y años.

El cielo no posee en sí mismo un lugar hacia el cual se muevan o sean movidas ninguna de sus partes; si lo tuviera, habría un instante que rompería e interrumpiría la naturaleza de su círculo; por ejemplo, si a un círculo de intensa blancura se le pone un punto de color negro, dicho punto desune el color blanco del círculo. Sabido que el cielo no posee, en sí mismo, un lugar hacia donde se mueva, sino que se mueve intensa, continua y circularmente, conviene que esto, que le da tal naturaleza de movimiento, sea una forma motriz cuya finalidad esté en su natural movimiento.

Así como el deseo del fuego es moverse hacia arriba y el de la tierra hacia abajo, ya que desea el centro, así el deseo del cielo está en el movimiento circular, y su reposos consiste en moverse a sí mismo sin ubicación ni centro; por lo que conviene que su alma sea forma motriz la cual se mueve por sí misma, en sí misma, circularmente, sin sucesión, instante ni movimiento, de un lugar a otro dentro de su sujeto, que es el cuerpo del cielo, al cual mueve circularmente.

Ningún cuerpo en movimiento recto tiene reposo al ser movido ni al moverse por sí mismo. Por ejemplo, si en el suelo de París hubiera un agujero que llegara hasta la superficie de las Antípodas y se tirara una piedra por él, dicha piedra caería al centro del lugar y no se movería de allí, pues si lo hiciese convertiría su gravedad en levidad. Pero el cielo no tiene otro reposo que el de moverse circularmente, y debido a que su centro es su movimiento circular, ya que su alma es en sí misma motriz, se mueve circular y formalmente en su sujeto.

Hemos probado que el cielo está animado por un alma motriz circular. La intención de haberlo probado es para que los astrónomos sepan que el cielo está animado por un alma motriz y conozcan, en sus juicios, que las causas que acontecen aquí abajo están causadas por el alma motriz del cielo, que les ordena el instinto y el deseo del movimiento circular, tanto para la generación y la corrupción como para la multiplicación del sucesivo movimiento en instantes, horas, días y años.
_____________
(1) La traducción que aquí presentamos, del apartado 3 de la segunda parte del capítulo I, ha sido realizada a partir del texto en catalán. Ver: Ramón Llull, "Tractat d’ Astronomia", edición de J. Gayà y L. Badia, en Textos y estudios sobre astronomía española en el s. XIII, ed. Por J. Vernet, Universitat Autònoma de Barcelona, 1981, pp.205-323
(2) En catalán: sanitat. Esta palabra deriva del latín sanitate, que significa: salud de cuerpo y espíritu.
(3) Los ocho principios absolutos que corresponden a los ocho atributos de Dios considerados por R. Llull: Bondad, Grandeza, Eternidad, Potestad, Sabiduría, Voluntad, Verdad y Gloria.



Quién fue Ramón Llull ?. Por Vicente Cassanya.











RAMÓN LLULL

















Nacido en Mallorca entre 1232 y 1236, fue filósofo, místico, misionario y alquimista. Fue senescal del príncipe Jaime de Mallorca, quien más tarde sería el rey Jaime II de Aragón.








Al parecer dio rienda suelta a su vida en la corte hasta que, a la edad de 30 años, tuvo una visión de la cruz. A partir de entonces, dedicó su vida a la conversión de los musulmanes. Bajo la tutela de Raimundo de Peñafort, estudió árabe durante nueve años y la filosofía del genial Averroes, para poder refutarla. Murió en 1315-16 y su leyenda dice que fue en Túnez, lapidado por los musulmanes, aunque algunos creen que murió en el viaje de regreso o incluso en su isla natal.
Fundó una escuela en Mallorca donde se prestaba especial atención al árabe y el caldeo, curiosamente dos lenguas sumamente implicadas en el conocimiento astrológico. De su prolífica pluma surgieron unos 300 escritos, de los cuales el más importante sería el Ars Magna, influenciado por Anselmo de Canterbury. En esta obra, intenta señalar los errores de la filosofía de Averroes, para lo cual inventa una máquina lógica, en la que sujetos y predicados se organizan en formas geométricas (círculos, cuadrados, triángulos, etc.). Pero la clave o el pensamiento esencial en Llull es que no hay distinción entre filosofía y teología, al igual que no la hay entre razón y fe. Para él, tampoco había que distinguir entre verdad natural y sobrenatural.
No obstante, una de las obras más interesantes, para nosotros, es su Tratado de Astronomía, originalmente escrita en catalán (terminada en París en octubre del año 1297) y más tarde traducida al latín. El libro se divide en dos grandes bloques, el primero de los cuales dedica al estudio de los planetas y los signos.
En esta obra Llull afirma que los astrólogos son "verdaderos hombres de ciencia", siempre y cuando no ignoren a Dios, quien, según él, tendría potestad sobre el determinismo astral: "Dios, mediante su poder, su justicia o la gracia que desee aplicar abajo, cambia la constelación para hacer su gracia o justicia sobre una región u hombre; por ejemplo, si por naturaleza Aries, Júpiter y Marte el hambre o la enfermedad deben reinar sobre una región, Dios, mediante la oración y la salud de algún o algunos hombres, concederá salud, lluvia, abundancia de bienes temporales".
Llull dice algo muy hermoso: que el cielo tiene alma y que ésta es la causa de todo ciclo vital. Y afirma: "Consideradas las alturas y naturaleza del cielo y sus partes, sabemos que tiene alma. Así como el Sol con su natural resplandor causa el día, el cielo, por medio de su alma, causa, aquí abajo, alma vegetativa y sensitiva".
Escribió en latín, árabe y catalán, y sus escritos influyeron bastante para el desarrollo de esta lengua. Sus obras fueron publicadas en diez tomos en Maguncia, de 1721 a 1742. Fue autor de varios libros de alquimia, el primero de los cuales no se publicaría hasta dieciséis años después de su muerte. La leyenda dice, incluso, que Llull viajó a Inglaterra para extraer oro de algunos metales para el rey Eduardo III (1312-1377), quien lo necesitaba para financiar la cruzada.
Sin embargo, y a pesar de todos sus esfuerzos, su misticismo racionalista sería condenado por el papa Gregorio XI en 1376, una condena más tarde ratificada por el papa Pablo IV. En cambio, Pío IX beatificó a Llull el año 1847. Su forma de pensar influyó especialmente en Nicolás de Cusa y en Leibniz.
El 13 de junio de 1997 Manolo Blasco descubrió, desde el Observatori Astronòmic de Mallorca, un asteroide y solicitó a la Unión Astronómica Internacional que llevara el nombre de "9900 Ramón Llull". Así pues, el "Doctor Iluminado", como también se le conocía, queda inmortalizado en los cielos en forma de asteroide de unos 12 kilómetros de diámetro y un periodo orbital de unos 3,13 años. 





http://www.cassanya.com/escrito_en_las_estrellas_ampliar.php?idArticulo=314












Astrología y Educación. Por Alejandro Fau.






Astrología y Educación: Un Contacto del Tercer Tipo.

Por Alejandro Fau.
Tomado de www.astropampa.com

"Muchos creen que para ser astrólogo/a solo hace falta hacer un simple curso o seminario que varía desde apenas un par de fines de semana intensivos, a unos cuatro o, cuanto mucho, cinco años, y que, además, cualquiera podría hacerlo. Quizá lo único medianamente cierto sea esto último, pues sí, sin importar su edad, raza, sexo, religión o bandería, cualquiera puede intentarlo, cualquiera que logre incorporar e integrar el suficiente conocimiento, claro. Porque más cierto aún, es que no cualquiera puede llegar a lograrlo".

""La más alta función de la ecología consiste en la comprensión de las consecuencias, no se trata de juzgar lo que está bien o mal en términos de moral. Quién no pueda ver lo necesario de la muerte, aún si esta es cruel, en la sustentabilidad de un sistema, jamás comprenderá la vida."
Riana Ben Aynes (1932-2003) Bióloga/Economista"


Solo desde algún lugar podría aventurar que con la suficiente aplicación y esfuerzo es posible ser lo suficientemente diestro en astrología tras estudiarla durante, digamos, unos cinco o seis años; desde el lugar de contar con un bagaje previo lo suficientemente profundo de conocimientos sobre otras muchas y diversas materias. Supongo yo que nadie cree que pueda obtener un título universitario sin haber pasado previamente por la escuela primaria primero y por la secundaria después, y que si a lo que aspira es a obtener un título en una carrera verdaderamente compleja su dedicación, aplicación y calificaciones previas han de ser verdaderamente muy altas. A mayor complejidad de la temática, mayores son los requisitos necesarios para abordarla. Pretender un doctorado en física de partículas o en astrofísica, por ejemplo, sin saber lo suficiente sobre matemáticas es, sin lugar a dudas, una fantasía por lo demás absurda. Aún así, hay quienes creen que habiendo obtenido pobres o mediocres calificaciones durante sus estudios básicos previos podrán ser ya buenos astrólogos tras estar en ello apenas durante un par de años. Lo he visto con mis propios ojos, no es algo que me contaran o que yo me imagine. La mayor parte de las personas que se embarcan a estudiar astrología sufren una gran crisis aproximadamente al concluir sus primeros dos años de estudios intensivos, pues descubren que en verdad aún no saben absolutamente nada sobre lo que ellos quisieran. Si bien pueden intercambiar y comunicarse de manera más o menos fluida con los astrólogos, aún no llegan a comprender la mayoría de las respuestas que reciben si es que les brindan éstos alguna explicación más allá del remanido sonsonete: “No te preocupes por eso, llegará el momento en que la respuesta te resultará tan obvia que ni siquiera se te ocurrirá preguntarlo”, y quizá también acompañado de algunas mal contenidas carcajadas. No te exagero en nada. Imagínate que naufragas y llegas a una isla en donde habita una cultura totalmente desconocida, que habla en un lenguaje por completo diferente a cualquiera que conozcas y en donde las más básicas leyes naturales que tú das por sentadas sean totalmente distintas de lo que crees. ¿Se te ocurriría que puedes tener una discusión profunda con algún nativo sobre literatura filosófica local apenas conociendo lo más rudimentario de su lenguaje? No creo. Bueno, lo que aquí sucede se parece, y mucho, a eso.
No me cansaré nunca de decirlo. Cuando vemos la vida y obra de aquellos que han sido catalogados como las personalidades señeras de la astrología a lo largo de la historia, descubrimos que éstas no aparecen señaladas simplemente como “Astrólogos” sino, además, también como: Filósofos, Astrónomos, Matemáticos, Historiadores, Alquimistas, etc., etc., etc., en las épocas más recientes, o simplemente como los Sabios consejeros de reyes o príncipes, antigua categoría que engloba todo lo anterior, si es que se trata de personajes de la más remota antigüedad. Esta enumeración no es para nada caprichosa o con ánimos de engrandecer sus figuras, sino algo completamente cierto. Pues se debe ser versado en múltiples temáticas para ejercer cabalmente con dicha función. No quiero decir tanto que primero se deba ser un compulsivo estudioso de diferentes materias antes de estudiarla, como que la Astrología impulsa por sí misma el que deba uno dedicarse a estudiar en profundidad muchas otras cosas para comprenderla más acabadamente, pues nada amplía más nuestras perspectivas y mirada que su serio estudio. Actualmente, en este mundo tan plagado de cada vez más refinados especialistas en que vivimos, realmente pocos tienen la oportunidad de diversificar tanto sus intereses académicos si es que quieren sobrevivir al mercado laboral. Verdaderamente, el enfocarnos más precisamente en la minuciosidad con que miramos el árbol nos ha ido anulando la capacidad de poder ver el bosque. Es así que no logramos ver el pavoroso incendio forestal que está a punto de arrasarnos, salvo cuando es ya quizá demasiado tarde. En términos astrológicos nos referimos a ésto como “La Gran Paradoja Júpiter-Mercurio”, la importancia que damos al absurdo y compulsivo engrandecimiento del conocimiento de lo nimio. Conscientemente, como sociedad, nos enfocamos demasiado en la formación de expertos sobre cada vez más pequeñas “partes”, pero desatendemos cada vez más y más la necesidad de formar algún experto que pueda integrarlas en un “Todo”. Pero ese es nuestro problema, y varias veces lo hemos señalado desde aquí, producto del llevar al extremo el desarrollo del ego (la parte) perdiendo de vista la consciencia de la integridad del Ser (el Todo). Por suerte la naturaleza no nos hace caso y actúa siempre por sí misma sin importar qué opinemos al respecto. Será por eso que la vida siempre prevalece más allá del deseo u opinión de sus circunstanciales usuarios.
Hace mucho, mucho tiempo, y en verdad mucho, los seres humanos no nos diferenciábamos en gran cosa de los otros mamíferos. Me refiero al tiempo en que eramos, según nuestra concepción actual de las cosas, simplemente inferiores seres animales. Por aquella época poseíamos una cualidad que con el tiempo hemos ido atenuando, adormeciendo hasta casi olvidarla, que se conoce como “cuerpo de manada”. Se trata de algo así como un cuerpo social inconsciente compartido por todos los integrantes de un grupo. Es algo que se ha estudiado muy seriamente y que podemos ver, por ejemplo, en el comportamiento colectivo de las gacelas, las cebras y otros grandes o pequeños grupos de animales. Habrán visto ustedes algún documental sobre las grandes migraciones de estos grupos en, por ejemplo, la gran sabana africana mientras se desplazan en busca de pastura. Cuando estos grandes grupos se encuentran pastando, solo algunos pocos individuos, los que se van rotando alternativamente entre los integrantes del grupo, permanecen alertas a la aparición de algún depredador u otro peligro mientras el resto come de manera despreocupada o se ocupa de otros menesteres como amamantar a las crías o de jugar entre sí. Cuando algún peligro acecha o aparece el predador en el campo de visión de uno de los vigilantes, instantáneamente todos lo notan y actúan en consecuencia como si fuesen un solo organismo. Saben dónde está el peligro y hacia dónde hay que correr, si es que hace falta hacerlo, y se mueven sin atropellarse entre sí de un modo perfectamente sincronizado y a un mismo tiempo. Algo similar sucede con las bandadas de aves en pleno vuelo, con los cardúmenes de peces en mar abierto, e incluso con muchas colonias de insectos. Pero no solo con fines defensivos o migratorios sucede ésto. La coordinación que se da entre los lobos y otros conjuntos de predadores cuando cazan grandes presas es muy similar. Cuando se agrupan, el conjunto de los “individuos” se comportan como un solo organismo y con mayor poderío en todo aspecto que la mera suma de las partes. Nosotros, no eramos la excepción por ese entonces a ésta regla. Fue bastante tiempo después que nos convertimos en verdaderos “anormales”, y nos transformamos en lo que pomposamente hoy denominamos como “sapiens”, solo para evitar la vergüenza y el horror que nos produce la palabra “monstruos” para referirnos a nosotros mismos.
En los ambientes pluriacadémicos de los astrólogos de hoy en día, cada vez cobra más fuerza la idea de que el próximo salto evolutivo en la conciencia humana, habida cuenta de la temática instalada en las últimas décadas sobre la llegada inminente de la tan mentada Era de Acuario, será la segura aparición efectiva de un verdadero “Consciente Colectivo”. Este concepto implica, en lo práctico, muchas cosas. Se trataría de la conformación de una supra-consciencia a la que puedan acceder las consciencias individuales sin dejar de estar discriminadas, y a la que en otros artículos nos hemos referido aquí a ella como la “Consciencia Global”, aprovechando las ventajas de un verdadero pensamiento en red. Así como constituyó un ensayo evolutivo el salto a la Auto-consciencia por parte de los individuos de una misma especie, la nuestra, y de ser ésto considerado evolutivamente exitoso por la naturaleza, es de prever que el próximo salto sería hacia un tipo de auto-consciencia grupal. Quizá inicialmente se de en grupos acotados por alguna clase de filiación biológica, emocional, de igualdad de frecuencia cerebral, o, tal vez, por simple proximidad, no lo sabemos; pero sin dudas luego se iría extendiendo para abarcar conjuntos más y más amplios de individuos y a mayores distancias hasta abarcarlos a todos, y quizá... ¿¡A todo!? Tal vez. Aunque para que algo de ello suceda efectivamente debamos esperar cuanto menos hasta la próxima Era de Leo, unos trece o catorce mil años, más o menos, si es que en verdad logramos avanzar lo suficientemente rápido, o quizá hasta la otra, o la otra ¿quién sabe? No olvidemos que nos llevó cientos de millones de años pasar de ser reptiles a ser mamíferos, y otro tanto para ser auto-conscientes de manera individual. Pero mejor volvamos al ahora y evaluemos más seriamente nuestras esperanzas, aunque estas sean una cuasi segura fantasía. Según los expertos realmente nos ha llevado muy poco tiempo, históricamente hablando, desarrollar nuestra ortopédica tecnología computacional para pasar de una eficiente computación de datos alfanuméricos en un procesador individual, a la computación en multiprocesadores primero, y a las capacidades del “could computing” (computación en la nube) de la actualidad. Eso debiera decirnos algo ¿no?. ¿Qué nos impide entonces el hacerlo por nosotros mismos? ¿Creencias, prejuicios, desidia? ¿Una elección inconsciente? ¿Una acción coercitiva externa a nuestra voluntad, un complot de las fuerzas del mal? ¿Simple falta de confianza en nosotros mismos? ¿Insuficiente desarrollo de nuestra consciencia? Sí, quizá sea achacable a alguna, o a una combinación de más de una, o de todas ellas, o a otra cosa que no acertamos siquiera a imaginar. Lo cierto es que esta supuesta capacidad latente va ganando cada vez más presencia en los argumentos de los telefilmes pasatistas para adolescentes y en la literatura de ficción de las últimas décadas, y cada vez se nos aparece menos como una locura en el cotidiano devenir y tanto editores y productores hacen pingues negocios gracias a ello. Aún así es algo bastante absurdo el creer en ello como algo que pueda suceder de un modo inminente, y veamos el por qué.
Si lo anterior sucediera masivamente de un día para el otro y todo el mundo pudiera “oír” en su cabeza a todo el mundo sería una catástrofe. La mayor parte de la población del mundo sufriría de un ataque de locura o, producto del susto, sufriría un infarto cardíaco cuando menos y sería un verdadero desastre a nivel vital y biológico para la especie. Pero si por ventura hubiera supervivientes de un modo mayoritario, no sería ello mucho mejor, no, no, no, qué va!.. nuestro complejo sistema económico y cultural colapsaría de todos modos. Serían totalmente inútiles, por ejemplo, nuestros sistemas de comunicaciones. El negocio telefónico se vendría abajo, la radio y la televisión se vendrían abajo, la internet se vendría abajo, el negocio publicitario se vendría abajo, los sistemas de seguridad, las policías, los ejércitos y los sistemas de gobierno y de justicia seculares y eclesiásticos tal cual los concebimos ahora, se vendrían abajo. La sociedad tal cual la conocemos se vendría abajo por completo e imperaría el caos. Pero supongamos aún que por gracia de nuestra proverbial tozudez o desconcierto sobrevivimos a ello, aún así viviríamos en un mundo aquejado por el masivo desempleo. Todos aquellos que tuvieran ocupaciones no productivas, ya sean industriales, de transporte o alimentarias, se quedarían sin empleo. Los maestros de cualquier tipo, los psicólogos, los libreros, bibliotecarios, impresores, secretarias, técnicos, médicos, etc., etc., etc., no tendrían razón de ser porque cualquiera podría adquirir conocimientos de un modo verdadero y sin fallas cuando los necesitase. Cualquier cosa que alguien aprendiera alguna vez sería accesible al conjunto sin importar en dónde se encuentre, y el resultado obtenido en satisfacer la coyuntural necesidad solo variaría por las diferentes aptitudes físicas de quien sea que realice la tarea. El cambio en el modo de vida sería tan brutal que nuestro sistema psíquico colapsaría de igual modo, literalmente se nos “quemaría” la cabeza y no podríamos de ninguna manera adaptarnos a ello fácilmente sino hasta pasadas muchas, pero muchas generaciones (si es que sobrevivimos y no nos morimos antes de depresión, aburrimiento o tristeza, claro). No, no, eso no tiene ninguna posibilidad de suceder y es solo una catastrófica ficción, así que tranquilícense. Solo sería factible si, y solo sí, aquello sucediese de un modo progresivo y a una velocidad adecuada. Porque si los niños y niñas índigo, cristal o como quieran llamarlos, que naciesen a partir de ahora trajeran esa cualidad y ella se fuera desplegando de modo progresivo podríamos adaptarnos, dirán algunos padres jóvenes esperanzados en satisfacer sus alicaídos egos, pues no sería ya tan brutalmente traumático ¿no? Sí, sí, aún así, nuestra sociedad y cultura se revolucionaría tan radicalmente que en apenas veinte o treinta años sería totalmente irreconocible si es que puede sobrevivir al veloz caos en que de todos modos caería, así que esa opción tampoco es muy viable que digamos. Pero si solo una pequeña porción de los nacimientos lo hace, ahí sí que sería enteramente posible; habría pues una transición comparable al paso del Neardhental al Cromagnon. Coexistirían ambas especies por un tiempo hasta la completa extinción de la más vieja, digamos, unos diez o quince mil años después. Sí, quizá este sea el camino evolutivo más probable. De todos modos no creo que eso de ningún modo se inicie en las áreas urbanas o de alta concentración poblacional, por razones más que evidentes como ya expliqué. Lamento, pues, decirles que nosotros a ese mundo nuevo no tendremos ninguna posibilidad de verlo, así que tendremos que conformarnos con que la próxima Era de Acuario sea mucho, pero mucho más pedestre de lo que quisiéramos.


http://astrologosdelmundo.ning.com/profiles/blogs/astrolog-a-y-educaci-n-un-contacto-del-tercer-tipo




Las horas planetarias. Por Patricia Kesselman










 

Horas planetarias

La importancia de las horas planetarias aparece desde temprano en la aplicación práctica de la astrología en la vida diaria, especialmente en temas de elección, relativos a elegir un momento favorable para el comienzo de un emprendimiento cualquiera ya que “los influjos celestes permiten y consienten que una cuestión determinada se resuelva con mayor rapidez a una hora que a otra”.



Días de la semana y Horas planetarias


El cálculo de las horas planetarias se basa solamente en los siete planetas del septenario, es decir Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus; Mercurio y Luna orden basado en las velocidades aparentes de los planetas.

Antes de explicar como deben ser calculadas estas horas, es preciso explicar cuáles son los regentes planetarios de los días:
Días Lunes Martes Miercoles Jueves Viernes Sábado Domingo
Planeta Luna Marte Mercurio Júpiter Venus Saturno Sol

Las horas astrológicas o planetarias difieren de las horas que conocemos porque no tienen una duración exacta de 60 minutos, sino que son de mayor o menor duración que las horas normales, con excepción de los equinoccios ( pues es el momento del año que los días y las noches tienen igual duración) o en latitudes cercanas al Ecuador.

La duración de una hora “normal” es de 60 minutos porque es el resultado de dividir por 24 la duración del día, mientras que las horas astrológicas o planetarias, son el resultado de dividir por doce la duración del día y de nuevo dividir por doce la duración de la noche. De tal manera que los días mas largos del año tienen horas diurnas más amplias y las nocturnas mas cortas, mientras que los días más cortos, tienen las horas diurnas más reducidas y las nocturnas más dilatadas.

Cada día planetario comienza en el amanecer, y termina inmediatamente antes del amanecer del día siguiente. Cada día se divide en dos partes: la parte diurna y la nocturna. Las horas diurnas es el tiempo entre que el Sol sale por el horizonte ( amanecer) y se pone en el ocaso ( atardecer). Las horas nocturnas es el tiempo entre el ocaso y el amanecer del día siguiente cuando el día planetario termina, y uno nuevo comienza.

El regente de la hora


Queda claro entonces que cada día tiene 24 horas, distribuidas en doce diurnas y doce nocturnas, cada hora tiene un planeta regente:
La primera hora del lunes está regida por la Luna; la primera hora del martes por Marte, la del miércoles por Mercurio, el jueves por Júpiter, el sábado por Saturno y el domingo por el Sol. El resto de las horas siguen la secuencia del orden caldeo de los planetas:
Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna, siempre continuando esta sucesión de acuerdo a la velocidad aparente de los planetas comenzando por el más lento : Saturno y terminando por el más rápido: la Luna.
A primera vista parece ser que el orden caldeo fue ignorado al llamar los días de la semana, pero en realidad la disposición se mantiene, sólo que de una manera más sutil.

La primera de las horas del día siempre es la misma del día que cae (lunes, hora de la Luna, martes hora de marte etc).
Los días no podían seguir el orden caldeo precisamente porque ese orden se rompería el avance de las horas. En su lugar, manteniendo la primera hora de la salida del sol en la secuencia ininterrumpida, obtenemos el lunes a domingo que todos conocemos y vivimos.. Esta disposición también revela otros patrones sutiles, por ejemplo, el orden de caldeo de los planetas se mantiene sobre la progresión de los días si el tiempo utilizado se amplía  a dos semanas. Considerando el progreso de las hora en orden descendente, el orden progresa en orden ascendente. Así que si se comienza un proyecto el lunes, y se avanzar en el orden caldeo, se puede hacer un poco cada dos días, completandose en dos semanas : lunes a miércoles-viernes-domingo-martes -jueves-sábado.
Es importante recordar que el planeta que rige la primera hora de un día dado tiene su gobierno durante todo el día y que los otros planetas son sólo regentes subsidiarios del regente del día. Ellos se debilitan o se fortalecen de acuerdo a la discordancia o similitud de sus naturalezas con relación al regente del día. En un día sábado, la hora del Sol se colorea con la influencia obstructiva de Saturno y por lo tanto las oportunidades de éxito no son tan buenas como si se elige un día jueves en que la hora del Sol que se coloreará con el rayo benévolo de Júpiter que es el regente del día.

En lo posible hay que tratar que los planetas a elegir se encuentren libres de los aspectos negativos de las infortunas (Marte y Saturno), libres también de la combustión con el Sol, y que tampoco estén retrógrados, porque en esos casos se daña la acción del planeta.

Horas y para que son favorables


Hora De Saturno:


En la hora de Saturno no es bueno realizar viajes por mar, ni realizar largos viajes por tierra ya que su naturaleza limitadora trae problemas y retrasos; es una hora desaconsejable para firmar contratos, para las relaciones sociales o para comenzar algo. Pero es buena para comprar y alquilar casas, tierras o para iniciar una construcción ya que Saturno rige los cimientos, las bases y la duración, es buena para comprar y vender bienes inmobiliarios y para todos los asuntos referentes a la tierra como excavar la tierra, arar y sembrar el campo, construir un muro o edificar. También para demoler, trabajar la madera y la piedra, comprar metales, cosas de naturaleza pesada como hierro, estaño, plomo y piedra. Es buena para la compra de cualquier clase de granos. Buena hora para dedicarla a los ancianos, consultar o pedir consejo a una persona mayor pero no es buena para ponerse un vestido nuevo ni para cortarse el pelo, ni tampoco es buena para pedir prestado dinero.
Según los antiguos en la hora de Saturno no es bueno caer enfermo porque amenaza con alargar la enfermedad.

Hora De Júpiter:


La hora de Júpiter es favorable para toda cosa “buena”. Durante esta hora es favorable partir para un viaje, efectuar contactos con el extranjero; despertarse y salir de casa con éxito. Para obtener beneficios en actividades empresariales, empezar una actividad importante, inaugurar una empresa, abrir un local al público, negociar. Es buena para comprar, para pedir favores, para adquirir bienes. Es aconsejable para prestar dinero, pero no es buena para embarcarse en una nave o barco.
Es buena para hablar sobre paz y concordia, para todo tipo de actividades sociales, amistad o de gobierno. También es recomendable para la siembra de semillas, y para plantar.
El que cae enfermo en esta hora se recuperará pronto.

Hora De Marte:


Es buena para luchar o competir, pero es desafortunada en general. No se recomienda comenzar los viajes durante esta hora por el peligro a los ladrones y accidentes. Debido a la naturaleza impetuosa y agresiva de Marte seguramente nos impulsará a ser más osados y a tener menos prudencia, así que no es buena hora para empezar una discusión, pudiendo acabar en pelea; ni para emprender un viaje con objeto de alguna negociación. Sí es apta en cambio para cualquier actividad en la que se necesite energía y valor como por ejemplo hacer actividad física, cualquier clase de lucha o competencia o una situación en la que se necesite acción, determinación o arrojo. Es buena para trabajar metales, para todas las obras que pertenezcan al fuego, como las de los herreros, horneros y los que trabajan las fraguas, para adquirir herramientas, para conseguir honores militares.

No es bueno para empezar una asociación, ni casarse. Marte siempre tiende a los conflictos.

Hora Del Sol:


Es buena para hacer peticiones a superiores para encuentros con personas influyentes (jefes, superiores, directores de banco, altos ejecutivos, etc.), para empezar una negociación o comenzar viajes de negocios. Es adecuada la hora para tomar un cargo, recibir honores, reconocimientos o elevaciones de rango. Para organizar, para pedir consejo y guía profesional o un aumento de sueldo. Buena para hacer presentaciones y hablar en público. Para comprar oro y joyas.

Hora De Venus:


Hora afortunada. Es buena para salir de casa con éxito, partir para un viaje, para adquirir propiedades, ropas, joyas, perfumes, flores o para cualquier actividad que se relacione con el planeta Venus como lo son las que realizamos para mejorar nuestra apariencia o embellecernos como por ejemplo ir a la peluquería, maquillarnos o la adquisición de ropa o cualquier tipo de ornamentos, recibir tratamientos de estética. Es buena para decorar la casa, para encuentros amorosos, para comenzar una fiesta, para pedir favores, para formar una sociedad, para realizar inversiones así como para cualquier actividad relacionada con el placer y diversión: bailes, espectáculos artísticos o musicales. Es buena para el matrimonio y para contraer nupcias y es la mejor hora para declararse o pedir matrimonio. También es muy buena para hacer las paces después de un desacuerdo o una pelea verbal, o para actuar de mediador.

Hora De Mercurio:


Es la hora buena para comerciar, vender, adquirir o comprar mercancía, comprar o vender; escribir cartas, enviar mensajeros o mensajes, estudiar, leer, enviar los niños a la escuela, comenzar un viaje corto, para la instrucción de aprendices, enseñar un oficio, Son momentos propicios para llamar por teléfono, para mandar correspondencia o escritos importantes, para temas intelectuales en general, para estudiar, para firmar contratos, para acuerdos comerciales, o simplemente para hablar. Pero no es buena para contraer matrimonio o comprar casas y tierras.

Hora De La Luna:


Es la mejor hora para engañar, traicionar, hacer fraudes e inventos y empezar cualquier cosa que requiera cambios y rapidez. Es propicia para asuntos domésticos, hablar con las mujeres en general, y para tratar asuntos familiares; para tratar con público; cocinar, comer, y para asuntos relacionados con el agua y la navegación.



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Astrología mundial y las técnicas astrocartográficas. Por Claudio Cannistra.










Hoy os paso un vídeo interesante sobre astrocartografía, por el astrólogo Claudio Cannistra.