RETORNO A LAS ESTRELLAS
Por Rafael Gil Brand
SEGUNDA PARTE
En
primera parte de este artículo he expuesto una serie de argumentos a
favor del zodiaco sidéreo. Tomé como punto de partida el hecho de que el
sistema astrológico fue concebido en una época en que los astrólogos
utilizaban un zodiaco sidéreo, cosa que siguen haciendo los hindúes,
cuya astrología a su vez está directamente filiada en la tradición
caldeo-helénica. Expuse también cómo la astrología occidental de los
últimos siglos ha ido diluyendo el papel estructurante que tenía el
zodiaco en su origen, sobre todo el papel de las dignidades planetarias.
En la última parte del artículo ofrecí una breve interpretación de
algunos factores marcantes en los horóscopos (calculados con el zodiaco
sidéreo) de tres personajes bien conocidos; en definitiva lo que más
justifica la utilización del zodiaco sidéreo es el alto grado de
predictibilidad que se alcanza en la práctica. En esta segunda parte
quisiera plantear la cuestión de los zodiacos tropical y sideral desde
un punto de vista más teórico, y en conexión con el simbolismo de las
tradiciones sagradas.
El zodiaco tropical y sus limitaciones
El
zodiaco tropical tiene la ventaja de poder definirse de una manera
unívoca y precisa. Podemos calcular con exactitud la posición del punto
vernal, y éste además tiene que ver con un fenómeno bien conocido:
marca, junto con los solsticios, las cuartas del año. Este es uno de los
argumentos principales que suelen esgrimirse a favor del zodiaco
tropical. Y al relacionar el zodiaco con fuerzas naturales observables,
parece tener cierta justificación científica. Pero a la hora de explicar
el esquema y la simbología zodiacal con ayuda de las estaciones
anuales, empiezan los problemas.
Juan Kepler (siglo 17) en su día escribió: “No
hay nada más indignante que la casi exclusiva preocupación de ciertos
astrólogos por repartir los doce domicilios entre los siete planetas,
con credulidad infantil y sin ningún razonamiento o método científico, e
idear regencias y cambios momentáneos de poder, como si nos
encontraramos en la vida política humana; de ahí proviene toda magia y
superstición astrológica. Concederemos que en algunos casos la
probabilidad apoya esta división – como en el caso de Saturno, al que se
le adjudican los signos hiemales. … pero en casos como Júpiter en
seguida se demuestra el sinsentido.” (1)
A
continuación nos remite al astrólogo suebo Juan Stöffler (maestro de
Melanchton y de Schöner, uno de los editores de Copernico), que “rebatió esta parte de la astrología con los métodos de la ciencia”
en 1523, y a Pico de la Mirandola, que refutó la astrología en su
totalidad en sus “Disputationes aduersus Astrologiam” (Boloña 1495).
En
la interpretación que a sus 26 años hace del propio horóscopo, Kepler
no menciona en ningún momento los signos, ni siquiera el signo
ascendente. Toda la interpretación se basa en los aspectos y en las
posiciones domales. En el famoso análisis que hace del horóscopo de
Wallenstein (1608) demuestra conocer como se determina al regente natal o
almuten de la carta según “la mayoría de los astrólogos” (basándose en las dignidades en el Ascendente, el Sol y la Luna), pero deja claro: “tampoco le doy mucho crédito”.
Kepler y otros astrólogos críticos de su época trazan una vía muy
extendida en la astrología occidental moderna, que pone énfasis en los
aspectos o armónicos, puntos medios etc., y en las posiciones domales
(sobre todo angulares) de los planetas, y tiende a ignorar las
dignidades planetarias, y en algunos casos los signos en general.
Kepler
en realidad es muy consecuente, si se tiene en cuenta que su
argumentación viene condicionada por las premisas de la física
aristotélica y por la visión ptolemaica de la astrología. Claudio
Ptolomeo relacionaba el influjo astral con las cualidades primitivas de
la filosofía natural aristotélica (cosa que no encontramos en Doroteo o
en Vettius Valens). La astrología ptolemaica de hecho es muy
„meteorológica“ – y muy causalista. Y también Kepler se interesó mucho
por los efectos meteorológicos de las configuraciones planetarias,
aunque su explicación de tales influjos fuera más elaborada. Pero no
puede seguir la justificación que da Ptolomeo de los domicilios.
La
manera ptolemaica de entender el efecto astrológico como influjo
cuasi-físico - idea que ha prevalecido en la Europa cristiana – nos
lleva a un callejón sin salida: no creo que sea posible explicar
meramente en base a fuerzas físicas el significado astrológico de un
planeta (del mismo modo que la reacción bioquímica en el cerebro nunca
nos revelará el contenido de conciencia que acompaña). El dato físico es
un indicador, todo lo más un substrato, pero no explica el fenómeno de
conciencia que augura. Aparte de esto es posible que Kepler – que por lo
demás era un defensor de la astrología – empezara a darse cuenta de que
las dignidades planetarias no funcionan satisfactoriamente.
Pero
aun si aceptamos – al margen de las dignidades planetarias - la
simbología zodiacal como reflejo del ciclo estacional, se nos presenta
otro problema: en el hemisferio Sur las estaciones son contrarias a las
del hemisferio Norte. ¿Es entonces el Aries argentino un Libra? ¿Si
salgo de viaje en avión con Júpiter en Cáncer, en el momento de cruzar
el ecuador se invierten los signos, y llego con Júpiter en Capricornio? A
este problema hay que sumarle que en latitudes tropicales no
encontramos la secuencia estacional a la que estamos acostumbrados los
europeos – incluidos los antiguos griegos.
Vemos
que el intento de justificar los signos zodiacales y sus domicilios en
base a las estaciones del año nos lleva a contradicciones de difícil
solución. ¿Pero es esto razón suficiente para abandonar totalmente la
teoría de los domicilios planetarios, como hacían Stöffler y Kepler y
han seguido haciendo muchos astrólogos hasta hoy en día? Desde luego
resulta coherente atribuirle a los equinoccios y solsticios un
significado astrológico, en tanto que indican momentos críticos en el
ciclo de revolución solar. Es indudable que el tránsito del Sol y de
otros planetas por estos puntos es de suma importancia, sobre todo para
cuestiones de astrología mundial. Se ha podido constatar sin ir más
lejos el 11 de Septiembre de 2001, cuando Marte y la Cola del Dragón
transitaban el soslsticio de invierno, y en exacta oposición al eclipse
solar previo. Y también la conjunción Urano-Neptuno de 1821 a 3° del
solsticio marcó con la revolución industrial un cambio con consecuencias
sin parangón para la humanidad (e incluso para el planeta, como nos
descuidemos) (2).
El
que estos puntos definan una especie de campo energético descriptivo de
la relación Tierra-Sol es una idea que no debemos de abandonar. La
cuestión es si este campo es el que originalmente plasmaron los
astrólogos en el simbolismo zodiacal, y si este concepto permite
explicar los domicilios planetarios y demás dignidades. ¿No se tratará
más bien de un campo de tipo zodiacal, pero de naturaleza diferente del
zodiaco (sideral) propiamente dicho al que se refiere originalmente la
tradición?
La
opinión de Kepler me parece consecuente también por otra razón. Al fin y
al cabo Kepler era un defensor del heliocentrismo. Aunque no sea cierto
lo que pretenden algunos detractores de nuestra ciencia al decir que la
astrología se volvió obsoleta con la revolución copernicana, en el caso
específico del zodiaco el heliocentrismo tiene implicaciones
importantes. La visión geocéntrica concebía el zodiaco (tropical) como
primum mobile, como última esfera incluyente, dentro de la cual se
movían la esfera de las estrellas fijas (praecessionis motu) y las
esferas planetarias, y la cual transmitía a estas esferas inferiores su
movimiento diurno. La astrología occidental ha heredado el zodiaco
tropical en conexión con esta visión geocéntrica del universo. Esta
última esfera se pensaba movida por Dios, creador del Universo.
Paradójicamente
esta idea del zodiaco tropical tal y como lo concebían Ptolomeo y los
astrólogos medievales no es compatible con el heliocentrismo. Porque
ahora el punto vernal y el comienzo del ciclo anual resulta ser una
función del movimiento de tanslación de la Tierra alrededor del Sol. El
zodiaco deja de ser entonces la esfera referencial que incluye el
movimiento de los demás planetas. Deja de guardar una relación con las
eferas u órbitas planetarias. Y no creo que sea casualidad que los dos
últimos gigantes de la astrología del siglo 17, Morin de Villefranche y
Plácido de Titis, que hicieron un último esfuerzo heróico por explicar
la astrología clásica racionalmente y en concordancia con las premisas
aristotélicas y ptolemáicas, fueran defensores del geocentrismo. No
olvidemos que fue en gran parte el legado de estos autores – junto con
el más pragmático William Lilly, sin duda - el que sirvió de referencia
para el renacimiento de la astrología en el siglo 19. Astrólogos
heliocentristas como Juan Kepler o Abdias Trew (siglo 17) (3) pusieron
en duda el zodiaco (no la astrología en su conjunto).
Mitos cosmogónicos
La
idea del cielo estrellado como una matriz envolvente es muy antigua, y
tiene un carácter arquetípico muy profundo. Tenemos por ejemplo a la
diosa egipcia Nut – personificación del cielo nocturno – que
era representada como bóveda estrellada en forma de mujer, o a veces en
forma de vaca de cuyos odres surgía la Via Láctea. Se representaba en el
interior de los sarcófagos con brazos abiertos, dispuesta a recibir al
difunto faraón, que se consideraba su hijo y acompañante, a su vez
personificación del Sol. Esta diosa está relacionada con la antigua
divinidad Neter o Netri, que algunos traducen
directamente por “Dios”, y que se considera la representación de una
divinidad suprema o primordial entre los egipcios. Otros traducen el
nombre por “océano divino”, ya que representaba el océano uterino
primordial del que emanarían todas las formas de vida. Es la misma idea
que encontramos en la Prakriti hindú. El vocablo neter podía además designar diosas del destino encargadas de crear las condiciones de vida de los hombres.
Según
el mito esta Gran Madre engendró al Sol, el cual muere cada día
volviendo a su seno – estableciéndose una interesante analogía entre el
océano terrestre y las aguas cósmicas. Encontramos analogías con la Tiamat sumera – acompañante de Absu,
el dios primordial, y personificación de la materia y el caos
primigenios – o mismamente con las “aguas” sobre las que aleteaba el
espíritu de Dios al inicio del relato bíblico. En el mito caldeo, cuando
al comienzo de la creación regían Ab-Su y Tiamat con su hijo Mummu - “nacido intemporalmente” - dice el texto que “destino y fortuna les eran ajenos”. Una vez que Marduk vence a Tiamat y ordena el universo, “midió
el cuerpo de Ab-Su y fundó a su imagen y semejanza a Esharra, la casa
del Universo …y puso las tablas del destino en su pecho” (epopeya de Gilgamesh).
Neter o nether está emparentada con los vocablos “natura” y “nutrir”. De la palabra egipcia nu – significando “océano primigenio” - se deriva la hebrea nun, que quiere decir “pez”. En el alfabeto hebreo la letra nun sigue a mem, significadora de “mar”, y una de las tres letras madres (junto con alef y shin). En griego delfos significa tanto “pez” como “seno”, y es sabido que antes de su usurpación por el nuevo dios (solar) Apolo el oráculo de Delfos pertencía a Temis, la diosa de las leyes eternas, emparentada con la Tiamat caldea.
En la cultura griega nos encontramos con las tres Moiras o Parcas - Átropos, Cloto y Lachesis – que regulaban la duración de la vida y el destino. Según la genealogía, se consideraban hijas de Zeus y Temis,
o bien directamente de la Noche. Esta última versión las hace
pertenecer pues a la primera generación divina. Se trata de una de las
muchas variantes de la triple Gran Madre, y es una figura que aparece en
muchas culturas, como por ejemplo las hadas (palabra conectada con fatum) madrinas, que visitan al recién nacido para depararle su destino.
Una
de las representaciones más extendidas de la Virgen María es
precisamente con un manto estrellado. De hecho todas estas conexiones
mitológicas se funden en la historia del nacimiento de Jesucristo, otro
dios solar que la Gran Madre engendró por mediación del espíritu divino.
El símbolo de la Virgen de hecho nos remite a un estado primordial.
No olvidemos en este contexto que Jesucristo es considerado una encarnación del Hombre primordial, del Adam Kadmon, el Maha Purusha
de la cosmogonía hindú. Este Hombre Cósmico se considera representado
precisamente en la banda zodiacal. Es el arquetipo del ser humano en el
que se basa la melotesia astral.
En
el zodiaco la simbología del pez y del agua cósmica la encontramos
precisamente en los signos de Capricornio (cuya cola de pez forma la
segunda parte del signo) y Acuario, regidos por Saturno, la última
esfera planetaria, la más “cercana” al cielo estrellado. Ambos signos se
hallan en el extemo del eje sobre el que se ordenan los domicilios
planetarios. En la cábala hebrea la esfera Binah (Entendimiento), cuya representación en el Mundo temporal (Assiah) es Saturno, se relaciona con la Madre celestial y con el oceano primordial o cósmico (ver dib.6).
Dib. 6
La Madre reina sobre el nacimiento y la muerte, es el principio divino que crea la temporalidad. La sefirah complementaria de Binah, es decir Chokmah (Sabiduría), es representada en el Mundo por el zodiaco. Pero el árbol cabalístico solo conoce un zodiaco, mientras que la sefirah suprema Kether
(Corona) podría relacionarse con el centro galáctico, patrón, en un
nivel sistémico superior, del principio solar representado en Tifareth, la siguiente sefirah del pilar central. De hecho para muchos cabalistas modernos el atributo de Kether en Assiah es el primum mobile, pero no en el sentido antiguo, sino en el de “poder primordial y final…la nebulosa que se convirtió en polvo cósmico del que provenimos…” (4) En Kether todavía no se ha expresado el movimiento cíclico, que aparece prefigurado en Chokmah, cuyo coro de ángeles se denomina Aufanim, que suele traducirse por “ruedas”. La raíz Auf significa “rodear, circundar”.
En
el mito de Gilgamesch la entrada en Acuario viene simbolizada por su
encuentro con Utnapishtim, el Noé sumerio, que por fin le revelará el
secreto de la vida eterna. El paso de Capricornio a Acuario simboliza un
momento crítico en la evolución del alma, en el que superan las
ataduras del ego, transcendiendo la existencia temporal (Saturno es el
rey de la Edad de Oro), o se vuelve a iniciar un ciclo de encarnación.
Sistema Solar y Via Láctea
Todas
estas imágenes arquetípicas son muy sugerentes. A mi entender describen
simbólicamente algo que de hecho es corroborado por la ciencia moderna:
El Sol con su sistema planetario forma parte de nuestra galaxia, la Vía
Láctea, y literalmente puede decirse que ha sido creado, ha emanado de
su seno. El cielo que percibimos cada noche, con sus estrellas fijas, no
es otra cosa que esa Vía Láctea, verdadera matriz del sistema solar al
que pertenecemos. Y - aunque no sepamos exáctamente cómo – parece lógico
pensar que exista una conexión entre los diversos constituyentes del
sistema solar y la Vía Láctea de cuyo seno ha surgido.
Una de las diosas egipcias emparentadas con Nut o Neter es Hator (Hat-Hor
= casa o seno de Horus). Se consideraba también Madre de los dioses y
los reyes. Pero según algunas fuentes había siete Hatores, las siete
comadronas que asisten al nacimiento de las esferas planetarias.
Desde
un punto de vista sistémico la Tierra – o mejor dicho el sistema
Tierra-Luna – pertenece al sistema solar, pero éste en su conjunto
pertenece al sistema galáctico. Esto viene magníficamente representado
en el pilar central del árbol cabalísitico. Cada sefirah representa un
nivel sistémico diferente: Kether al centro galáctico, Tifereth al Sol, Yesod a la Luna, y por último Malkuth a la Tierra.
La
percepción del cielo estrellado – es decir la galaxia – como lugar en
el que viven y se desenvuelven los dioses planetarios, y del que en
última instancia son “hijos”, sucesores y representantes, es muy
natural, y puede rastrearse hasta los orígenes de la Historia. Creo que,
precisamente como astrólogos, deberíamos de tener muy en consideración
estos mitos y analogías, ya que velan un conocimiento muy profundo de la
cosmogénesis. La simbología planetaria bien puede concebirse como
ligada a las diversas partes del zodiaco, aquella matriz en la que están
prefiguradas todas las formas de vida (el círculo de imágenes – zodion - de animales en el cielo).
El
zodiaco sidéreo mantiene en el heliocentrismo la cualidad original de
esfera envolvente: es el espacio estelar que circunda al sistema solar,
dividido en aquellos 12 „campos“ arquetípicos que llamamos signos
zodiacales. Los planetas pueden concebirse como moviéndose en esta
matriz, habitando en los diferentes signos, sus „casas“. Estos signos no
dependen del movimiento terrestre, sino que pueden concebirse como
representación o codificación del medio que circunda al sistema solar,
aunque no tengamos claro a qué se debe la orientación específica de la
banda zodiacal (5). Desde un punto de vista sistémico la Vía Láctea
forma el nivel superior al sistema solar. Este ha sido engendrado por
las fuerzas de la galaxia.
Las estrellas, la Luna y el calendario
Hemos
visto que en la mitología se asocia una y otra vez el océano con el
cielo estrellado, o con el “abismo” de cuyo seno surgen las estructuras
del cosmos. En el Génesis Elohim crea “el firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras”
en el segundo día de la creación. Por otro lado, el agua elemental y
los mares se asocian con la Luna, símbolo astrológico de la madre por
excelencia. En la Tierra, la vida ha surgido de un mar primigenio, y el
ciclo lunar está íntimamente conectado con la reproducción y gestación
de la vida. Tenemos aqui una clara analogía según el axioma hermético:
así como la vida en la tierra ha surgido del océano, los sistemas
solares – las formas de vida cósmicas – han surgido de la gran nebulosa
protogaláctica, el océano cósmico. Si mantenemos la idea de niveles
sistémicos o de esferas, vemos que la esfera de la Luna es a la Tierra
lo que la esfera de las estrellas – la galaxia – es al sistema solar. Y
los planetas (con la Tierra) son al Sol lo que las estrellas fijas (con
el Sol) al centro galáctico.
El
zodiaco siempre se ha considerado una representación del microcosmos,
sea el hombre propiamente dicho, o la diversidad de los seres vivos, o
las diferentes regiones de la Tierra. Hemos visto que de las divinidades
relacionadas con el cielo nocturno y con el caos primordial habían
emanado las formas de vida. Ahora bien, según el axioma hermético la
vida en la Tierra sería un reflejo de las formas arquetípicas plasmadas
en el cielo. El zodiaco en cierto modo es el patrón que, vitalizado y
mediatizado por el Sol y los planetas, se refleja en las diversas formas
de vida en nuestro mundo. En el simbolismo astrológico es la Luna,
última esfera inmediatamente superior a la Tierra, la que representa la
gestación y reproducción de las formas y vivencias concretas.
Encontramos en el simbolimo tradicional dos aspectos de la Madre: la
Madre cósmica, relacionada con la bóveda celeste, y el aspecto Tierra
(Gaia), o Tierra-Luna, que astronómicamente forman una unidad.
El
cielo nocturno con sus estrellas siempre se ha relacionado con la Luna,
ya que de día no vemos estrellas. Los primeros calendarios también
fueron lunares, y posiblemente el sistema de 27 (o 28, según la
tradición) casas lunares sea más antiguo que el zodiaco de doce signos.
La división en 27 mansiones o nakshatras – muy importante en la
astrología védica - surge del movimiento de la Luna dia a día en el
curso de una revolución (de 27,3 días de duración). Pero también la
división en doce signos debió de surgir de la observación de la Luna
llena un mes tras otro.
Las
tres divisiones más importantes del círculo representan los números
„ideales“ o armónicos más próximos a los tres ritmos básicos del cosmos:
el grado corresponde al movimiento del Sol en un día (365,25 días -> 360 grados), la mansión al movimiento de la Luna en un día (27,3 días -> 27 mansiones), el signo al movimiento del Sol en un mes (12,3 sínodos Sol-Luna de 29,5 días ->
12 signos). La estructura que para nosotros toma esa matriz cósmica
evidemente tiene que ser la de los ciclos que crean los niveles
sistémicos inferiores (día, mes, año). El devenir (tiempo, perceptible y
medible a tavés de los tres centros sistémicos) va recreando los
arquetipos o potencialidades existentes en la Galaxia.
El
zodiaco sidéreo, tal y como se concibe por ejemplo en la astrología
védica o hindú, divide el círculo según estos tres ritmos, partiendo de
un punto común (en cierto modo tres, pues coinciden siempre en la
transición de signos de agua a signos de fuego). Más allá de esto la
astrología védica utiliza varias divisiones de los signos en unidades
menores. La conexión entre las 27 mansiones (de 13°20’ cada una) y los
signos (de 30°) la establece la división en 9 partes de un signo,
llamada navamsa (3°20’). A partir de las posiciones planetarias y del
ascendente en los navamsas se calcula la carta divisional más importante
después del radical.
Una
mansión lunar o nakshatra está formada por cuatro navamsas (llamados
padas), nueve navamsas hacen un signo, y 108 Navamsas hacen el Zodiaco
completo. 108 son los años mayores de la Luna en la tradición helénica,
mientras que 120 son los años del Sol – un trígono incluye 120 grados, y
nueve nakshatras (existe una relación numérica entre los años del Sol y
la Luna y los de los restantes planetas según la tradición helénica, en
que no puedo profundizar aqui).
El
zodiaco sidéreo forma pues el transfondo sobre el cual se codifican
estos ritmos y armonías, así como los demás ritmos planetarios, que en
sí mismos son independientes del ciclo anual.
El problema del Ayanamsa
Ahora
bien, se plantea la cuestión, ciertamente difícil, de porqué está
orientado el zodiaco sidéreo del modo en que lo está. Por lo pronto la
posición de las mansiones lunares y de los signos nos viene transmitida
desde antiguo – las constelaciones del zodiaco pueden remontarse a la
época sumeria, y las mansiones lunares ya vienen citadas en los textos
védicos más antiguos.
Los
antiguos utilizaban estrellas fijas como puntos fiduciales: los caldeos
parece que definieron a Aldebarán (o el eje Aldebarán-Antares, en
exacta oposición) como centro del signo de Tauro, y los hindúes, según
las fuentes, a la estrella Revati como principio de Aries, o a Spica
como 0° Libra. En esta última definición se basa Lahiri, cuyo ayanamsa
fue aceptado oficialmente por el Gobierno hindú. Existen también
cálculos basados en la doctrina de las eras cósmicas (Manvantaras,
Kalpas y Yugas) en los que no me voy a detener aqui.
Ahora
bien, el que los antiguos utilizaran estrellas fijas para definir la
posición de los signos etc. no significa que vieran en cada caso a tal
estrella como un factor cósmico especial. Más bien se trataba de marcas
en el cielo,
utilizadas para poder ubicar el zodiaco con facilidad. Tenían una función práctica.
La
mayoría de los ayanamsas que se utilizan hoy en día en la astrología
hindú y en la astrología sidérea occidental difieren entre sí en unos
tres grados como máximo. Los más extendidos son los siguientes en orden
de magnitud:
1.
Cyril Fagan, basándose en el zodiaco de los caldeos, según el cual
Aldebarán estaría a 15 grados de Tauro, establece un ayanamsa que,
ligeramente corregido por Garth Allen, es de 0° en 221 d.C. Para el año
2000 el ayanamsa asciende a 24°45’.
2.
El ayanamsa de Lahiri asciende a 23°51’ para el año 2000. El año cero,
en que coincidiría el punto vernal con cero Aries, es 293 d.C.
3.
B.V.Raman postula otro ayanamsa, muy extendido también entre los
hindúes, de 22°26’ para el año 2000. El año cero fue el 394 d.C. Muchos
consideran este ayanamsa como el más exacto a la hora de hacer
predicciones.
4. El astrólogo hindú J.N.Bhasin propone un ayanamsa
que se difernencia en 1°07' del de Lahiri: Para el año 2000 su valor es
22°45', y el correspondiente año cero sería el 371 d.C. Aunque está
menos extendido lo menciono aquí por considerarlo el más exacto en la
práctica astrológica.
Existe
un ayanamsa que se funda en el Suryasiddhanta, obra astronómica del
siglo 5/6 d.C. Fué adoptado por los astrólogos sasánidas y árabes, y
postula como año cero 498 d.C. El ayanamsa para el año 2000 ascendería a
20°58’. El famoso astrólogo inglés Sepharial también adoptó este
Ayanamsa en sus estudios sobre astrología hindú, pero hoy en día muy
pocos siguen esta teoría.
Quisiera
dejar claro que el hecho de que no exista un consenso referente al
Ayanamsa no implica que el zodiaco sidéreo sea en sí una falacia. Existe
un zodiaco (de 12 signos y de 27 mansiones) que en la práctica funciona
muy bien, aunque no sepamos exáctamente en qué se basa. Si el hecho de
existir diferentes ayanamsas fuera razón suficiente para descartar el
zodiaco sidéreo, el lector debería tirar inmediatamente a la basura el
sistema domal con el que está trabajando!
Una conjetura operativa
Si
el zodiaco refleja un campo energético galáctico, ritmificado por los
ciclos más importantes de los tres sistemas inferiores – año (revolución
solar), mes (revolución lunar), día (revolución axial) – parece
consecuente buscar el punto referencial o fiducial de tal zodiaco en la
estructura de la galaxia, o en su conexión con el plano del sistema
solar.
De
entre las estructuras galácticas que a mi juicio podrían definir el
zodiaco tenemos (doy los datos en coordinadas tropicales, para poder
compararlas, y para el año 2000):
1. el centro galáctico (CG) a 26°54’ Sg y a 3°45’ de latitud ecliptica.
2. el punto de intersección entre la eclíptica y el ecuador galáctico (E/EG), a 29°58’ Sg.
Ambos
puntos se hallan cerca uno de otro, en los primeros grados del signo de
Sagitario sideral. El hecho de que el solsticio de invierno esté
precesando en nuestros días por el punto E/EG creo que es muy
significativo desde un punto de vista astro-mundial.
De
estos dos puntos, me inclino por el punto de intersección E/EG como
punto fiducial del zodiaco sidéreo, ya que guarda analogía con otros
factores de primera importancia en astrología: el ascendente
(intersección horizonte/eclíptica), el punto vernal (intersección
ecuador/eclíptica) y los nodos lunares (intersección órbita
lunar/eclíptica). La cuestión podría quedar zanjada, si pudiéramos
adoptar este punto como cero grados del signo de Sagitario. Pero lo
cierto es que esto se desviaría demasiado de los ayanamsas que los
expertos consideran (a mi juicio con razón) que “funcionan” mejor – me
refiero en primer lugar a los ayanamsas de Lahiri y Raman, así como
otros valores utilizados por astrólogos védicos, y que suelen estar
entre estos dos.
Lo
que sigue es una conjetura mía que no considero concluyente, pero que
cuadra muy bien con los resultados prácticos al analizar horóscopos en
detalle. Es un intento de casar el dato astronómico con la ubicación
tradicional del zodiaco y la experiencia práctica, y por el momento la
considero meramente una hipótesis de trabajo.
Desde
un punto de vista geocéntrico (o heliocéntrico, en este caso da igual),
la Via Láctea y el ecuador galáctico ascienden por Géminis (sideral) y
descienden por Sagitario. Se trata de un movimiento muy lento, originado
por la revolución del Sol alrededor del centro galáctico en unos 240
millones de años. Tal vez sea significativo que la aparición del hombre
sobre la Tierra hace unos 3 o 4 millones de años coincidiera con el
cruce del centro galáctico por la eclíptica. Pero esto ya sería
paleontoastrología…
En
textos árabes encontramos a veces la indicación de que la Cabeza del
Dragón (nodo lunar ascendente) se exalta a 3° de Géminis, y la Cola del
Dragón a 3° de Sagitario. ¿Podría esto guardar relación con la zona en
que cruza la Vía Láctea la eclíptica? Lo cierto es que las mansiones
lunares hindúes se reparten entre los siete planetas y los dos nodos, de
tal manera que el nakshatra que comienza a 0° de Sagitario (sideral) – Moola - es regido por la Cola (Ketu), y el nakshatra que comienza a 6°40’ de Géminis – Ardra
- es regido por la Cabeza (Rahu; ver dib.7). He aqui dos tradiciones
muy parecidas, y ciertamente sugerentes, dada la analogía entre los
nodos y la intersección E/EG, y la implicación de las dos luminarias
(niveles sistémicos mediadores entre Galaxia/zodiaco y Tierra) en el
fenómeno de los eclipses.
Dib. 7
Se
consigue un grado alto de coincidencia con los ayanamsas arriba
citados, si se considera al punto E/EG como centro del nakshatra Moola, a 6°40’ de Sagitario. El punto opuesto - punto de intersección ascendente – definiría el comienzo de la mansión lunar Ardra, a 6°40’ de Géminis. El ayanamsa para el año 2000 sería de 23°18’21’’, y el año cero sería el 332 d.C. Por cierto, Moola en sánscrito significa “raiz”.
El hecho de tomar el centro de la mansión Moola
– primer nakshatra de un signo de fuego, y por tanto de una de las tres
series de nueve – y no el comienzo, tiene su paralelismo: los caldeos
consideraban al equinoccio de primavera como dia 15 del mes Nissan, es
decir en el centro de su división duodenaria del año, y hemos visto que
tomaban Aldebarán como centro del signo de Tauro. Los hindúes utilizan a
veces las cúspides del sistema de Porfirio como centro de las
respectivas casas, y los centros de los signos zodiacales son
considerados los lugares en que los planetas
adquieren más fuerza, mientras los últimos y primeros grados son
débiles (sobre todo el último grado de un signo resulta ser muy
crítico).
Se
trata de elucubraciones no concluyentes. Este ayanamsa a mi juicio
funciona mejor que el de Lahiri, pero en la páctica prefiero utilizar el
ayanamsa de Bhasin, por obtener con éste los resultados más exactos
(6). Creo que es demasiado pronto como para sacar conclusiones
definitivas, y debemos seguir estudiando las posibles relaciones entre
los factores más importantes de la galaxia (o del cosmos en su conjunto)
y las estructuras zodiacales transmitidas por los caldeos y los
hindúes.
Naturaleza y significado del zodiaco tropical
Una
vez aclarado en lo posible el carácter y la orientación del zodiaco
sideral, se plantea la pregunta de cual es entonces el significado del
zodiaco tropical.
Desde
la visión heliocéntrica el zodiaco tropical habría que entenderlo como
un campo energético terrestre. Imaginemos que estamos situados sobre el
polo Norte y nos „identificamos“ con el eje terrestre (dib.8). El
ecuador sería el horizonte de la Tierra, que corta la eclíptica en los
dos puntos equinocciales, de manera que los puntos cero Aries/Libra
tropicales formarían el eje ascendente-descendente. En el curso de un
año (para el polo norte análogo a un día), el Sol saldría por el
horizonte en el equinoccio de primavera, culminaría en el solsticio de
verano, y se pondría en el equinoccio de otoño.
Dib. 8
Alfred
Witte, fundador de la famosa escuela de Hamburgo, en consecuencia llama
al zodiaco „casas de la tierra“. En 1922 escribe: „La influencia de
los planetas sobre el cuerpo de la Tierra es causada por la posición de
los planetas con respecto al plano meridional de la Tierra,
Cáncer-Capricornio… 0° de Cáncer es el punto de intersección del
meridiano terrestre con la eclíptica...“ y más abajo: „El horóscopo de la Tierra es pues determinante para la humanidad en conjunto.“ (7) Una de las consecuencias que saca Witte para la interpretación es que “si los planetas el 22 de Diciembre (solsticio de invierno) se hallan en aspecto (la escuela de Hamburgo utiliza solo aspectos en el orbe de un grado)
con los planetas radicales, el suceso indicado ocurre con otras
personas, ya que la radiación sobre la Tierra el 22 de Diciembre abarca a
toda la humanidad” Al menos esto sería válido – puntualiza – para
el hemisferio norte. En otro artículo Witte nos introduce en el tema del
horóscopo terrestre con las palabras: “la configuración planetaria
del momento actúa siempre como si la persona que sufre el suceso fuera
el único poblador de la Tierra, o mejor, como si fuera propietario único
del cuerpo terrestre.”
Los
signos tropicales según esta concepción son „casas de la Tierra“, y
guardan analogía con las casas individuales del horóscopo, más que con
los signos zodiacales sidéreos (que por lo demás no admite la escuela de
Hamburgo). El zodiaco tropical u horóscopo terrestre puede considerarse
un sistema de casas referentes al colectivo humano en conjunto, pero el
sistema de dignidades del cual se deriva el significado arquetípico de
los signos, carece de conexión con este sistema. Alfred Witte y sus
seguidores de hecho no trabajan con las dignidades. Pero sí valoran el
punto vernal y los demás puntos cardinales como factores independientes,
susceptibles incluso de ser dirigidos en una carta natal (podría
planetearse aqui la pregunta: con respecto a qué transfondo?). Eso sí, a
partir de su análisis sobre la naturaleza de las casas terrestres
concluye que el signo de Libra corresponde a la casa primera, el signo
de Escorpio a la casa segunda etc. No voy a entrar ahora en esta
cuestión.
Estas
ideas de Witte, a mi juicio muy sugerentes, se corresponden en cierto
modo con lo que dice la doctrina de las eras zodiacales en la astrología
occidental: el punto vernal se considera como un indicador del
colectivo humano, cuyo „carácter“ se plasma en los diferentes mitos,
religiones y formas de cultura de cada época. Pero esta presunta
influencia sobre la evolución de la cultura humana se atribuye a un
zodiaco sideral, cosa que muchos parecen olvidar en cuanto alguien
postula la eficacia de este zodiaco. En nuestro tiempo, y en toda la
época que va desde el final del Imperio Romano, sería el signo de Piscis
(o el eje Virgo-Piscis, según se mire) el que daría el arquetipo
dominante. A partir de aqui pueden describir las actitudes básicas del
colectivo humano hacia diferentes ámbitos de vida, dependiendo de en qué
signos se hallan las diferentes casas terrestres.
El
que el punto vernal y los demás puntos cardinales sean factores
decisivos a la hora de analizar la situación de la humanidad en
conjunto, explica porqué la entrada del Sol en el grado cero de Aries
tropical (o cero de Capricornio, si seguimos a Witte y otros autores)
marca tendencias importantes a nivel mundial. Esto tiene sentido también
desde un punto de vista astronómico, ya que es la revolución de la
Tierra alrededor del Sol la que genera estas casas terrestres. Pero esto
no quita que podamos (y debamos) interpretar estas configuraciones
sobre el transfondo del zodiaco sidéreo (incluyendo las dignidades
planetarias).
El
punto vernal sería pues un ascendente colectivo que se desplaza
lentamente de un signo a otro, en virtud de la precesión de los
equinoccios (Dib. 9).
Dib. 9
Hipótesis de trabajo para los dos zodiacos
Como colofón deduzco las siguientes hipótesis:
- El zodiaco sidéreo
(incluidas las 27 mansiones lunares y demás divisiones) es la matriz
arquetípica que sirve de referencia para todos los factores de un
horóscopo, incluidos el punto vernal y demás puntos cardinales.
- El zodiaco sidéreo crea
una estructura que articula las casas del horóscopo (contadas desde el
ascendente, desde la parte de la fortuna o desde cualquier otro factor
del horóscopo, como era usual en la astrología clásica), los aspectos,
asi como las diferentes unidades de tiempo pertinentes para el
pronóstico (sean profecciones, grados igual a un año, términos, o el
sistema Vimshottari Dasa).
- Este zodiaco representa
el medio en el que se mueven los planetas del sistema solar y la Luna, y
el cual es responsable de las características y del estado cósmico de
los diversos factores del horóscopo. Esto incluye el concepto de
domicilio, exaltación y demás dignidades.
- El zodiaco tropical es
un sistema de casas de la Tierra. Representan diferentes ámbitos vitales
colectivos, que a su vez son informados por los signos zodiacales
sidéreos. Esta información es difícil de distinguir, dado que evoluciona
muy lentamente, cambiando el punto vernal de signo cada 2150 años.
- En la carta natal
individual las posiciones del Sol y de los planetas en las casas de la
Tierra indicarían como se integra el nativo en el entorno cultural en
que vive, y en qué ámbitos se involucra a nivel colectivo.
- Las casas de la Tierra
indicarían además cómo las actitudes sociales hacia diferentes ámbitos
de vida condicionan al nativo, según la posición de sus planetas etc. en
las casas de la Tiera.
- Las casas de la Tierra
serían especialmente importantes para la astrología mundial (a la que
por cierto Ptolomeo daba prioridad), y los pasos del Sol por sus puntos
cardinales mantendrían su validez predictiva.
Partiendo
de la perspectiva sideral se impone una comprensión nueva de los signos
tropicales en el sentido de casas de la Tierra, como
han postulado Alfred Witte y otros astrólogos modernos. Esta visión
permite integrar ambos „zodiacos“ de una manera coherente, sin tener que
sacrificar principios fundamentales de la astrología clásica, como son
las dignidades planetarias y la concepción de „casa“ como posición
relativa de los signos con respecto al ascendente u otro factor crucial
de la carta.
Espero
haber proporcionado algunas ideas interesantes como incentivo para tal
integración. Sobre esta base podrían volver a acercarse aquellas dos
tradiciones gemelas que llevan siglos andando por caminos separados: la
astrología védica y la astrología occidental.
(1) Johannes Kepler, Von den gesicherten Grundlagen der Astrologie („De los fundamentos seguros de la astrología“), ed. Chiron, Mössingen 1998.
(2) José Luis San Miguel de Pablos, Urano-Neptuno, un reloj astrohistórico, ed. Barath, Madrid 1988.
(3) AbdiasTrew, Grundriss der verbesserten Astrologie, ed. Chiron, Mössingen 1996.
(4) William G.Gray, The ladder of Lights, ed. Samuel Weiser, York Beach, Maine 1968
(5) He ensayado un primer acercamiento a ésta cuestión – aunque desde un punto de vista tropicalista – en mis artículos Sistemas astrológicos de posición (Meridian 3/94) y Las eras zodiacales (Meridian 1/2000).
(6)
Las referencias que hago en este artículo respecto al ayanamsa de
Bhasin las he intercalado a posteriori. Aunque este ayanamsa ofrece a mi
juicio los mejores resultados, sigo pensando que la orientación del
zodiaco sidéreo debe buscarse en la estructura de la galaxia y su
relación con la eclíptica.
(7) Alfred Witte, Der Mensch – eine Empfangsstation kosmischer Suggestionen, ed. Witte-Verlag, Hamburgo 62