Al comienzo de la Edad Media el fatalismo astrológico
chocó con los dogmas religiosos: con la doctrina del libre albedrío de
los cristianos y con la ley musulmana, pues según el Corán sólo Dios
conoce el porvenir.
Para tratar de explicar la
arraigada creencia en la astrología sin traicionar aquellos dogmas, se
recurrió a toda clase de argumentos.
Se admitió
que los astros "inclinan" pero no obligan; se rechazó el fatalismo pero
no las influencias astrales, reconociéndose que, prevenido por los
astros, el hombre podía evitar los peligros que se pronosticaban; se
reconoció una astrología natural y se admitió la influencia astral sobre
la vida animal y vegetal, pero se rechazaron los horóscopos por
considerárselos superstición.
A pesar de todo
esto, la astrología gozaba de múltiples adeptos; entre ellos reyes y
califas, papas y emperadores, que disponían de "matemáticos" a quienes
consultaban acerca de cuestiones personales u oficiales.
La
influencia árabe, que comenzó a manifestarse en el mundo cristiano
occidental a partir del siglo XI, contribuyó en buena medida a ese auge,
ya que por disposición natural o en virtud de la cultura griega que
habían asimilado, cultivaron la astrología con fines religiosos o para
confeccionar horóscopos.
De la concepción árabe de
la astrología como "decretos del cielo", nació el nombre de "astrología
judiciaria" aplicada a la confección de horóscopos.
La
influencia del "Tetrabiblos" puede medirse a través de sus
traducciones. Se cuenta entre las primeras obras griegas traducidas al
árabe (en la segunda mitad del siglo VIII), y la primera obra traducida del árabe al latín, en la primera mitad del siglo XII.
Durante la Edad Media la astrología siguió su marcha triunfante: hasta los judíos la cultivaron aunque Maimónides la condenó explícitamente.
En el mundo bizantino no gozó de mayor aceptación, tal vez por el recuerdo del saber griego clásico.
En cambio se introdujo fácilmente en los pueblos eslavos, muy propensos, por entonces, a las prácticas adivinatorias.
En
el mundo cristiano la astrología forma parte del saber mundano, con
abundante actividad de astrólogos y producción de obras astrológicas.
Comienzan entonces las vinculaciones entre astros y planetas y distintos elementos.
Dante
combina los siete planetas con las siete artes liberales y correlaciona
la gramática con la Luna, la dialéctica con Mercurio, la retórica con
Venus, la aritmética con el Sol, la música con Marte, la geometría con
Júpiter y la astronomía con Saturno.
Se establece también la vinculación entre la astrología y la alquimia,
y a cada metal se le asigna un planeta, a cada operación de los
alquimistas un signo: al oro le corresponde el Sol; a la plata, la Luna;
al hierro, Marte; al mercurio, Mercurio; al cobre, Venus; al estaño,
Júpiter; al plomo, Saturno; a la calcinación, Aries; a la congelación,
Tauro; a la fijación, Géminis; a la disolución, Cáncer; a la digestión,
Leo; a la destilación, Virgo; a la sublimación, Libra; a la separación,
Escorpión; a la ceración, Sagitario; a la fermentación, Capricornio; a
la multiplicación, Acuario y a la proyección, Piséis.
Aparece también el difundido "hombre astral",
materialización de la doctrina del macrocosmos y del microcosmos, en el
que a cada signo del zodíaco corresponde un miembro o un órgano del
cuerpo humano.
De acuerdo con una de las
correspondencias establecidas, actual, tenemos que Aries rige la cabeza y
el cerebro; Tauro, el cuello y la garganta; Géminis, los hombros, los
brazos, los pulmones; Cáncer, el tórax y el pecho; Leo, la parte
superior de la espalda, el corazón, la columna vertebral; Virgo, el
abdomen y los intestinos; Libra, la parte inferior de la espalda y los
riñones; Escorpio, la pelvis y los conductos inferiores; Sagitario, los
muslos y la carne; Capricornio, las rodillas, la piel; Acuario, las
piernas, los tobillos, la piel; Piséis, los pies, el hígado, el sistema
linfático.
Otra correlación es la que da origen al "hombre astral metalizado".
En él, cada órgano corresponde a un planeta y a un metal correlativo.
De acuerdo con esta correspondencia, se receta el metal como remedio en caso de enfermedad del órgano.
► Medicina Astrológica
Así nace la medicina astrológica,
que se mantuvo en pleno auge hasta bien entrado el siglo XVII, cuando
médicos famosos recomendaban la astrología uroscópica: sin ver al
paciente, con sólo examinar su orina y confeccionando el, horóscopo del
momento de la micción se diagnosticaba la enfermedad.
También apareció una farmacología astrológica,
según la cual las plantas medicinales gobernadas por el Sol debían
recogerse en domingo o las gobernadas por la Luna en lunes, y así
sucesivamente.
El período renacentista imprimirá su sello de época ambivalente al legado astrológico de la época medieval.
Coexisten
el brillante renacimiento de las ciencias y de las artes con infinidad
de guerras civiles y religiosas, con rebeliones y con la "Noche de San
Bartolomé" con pestes y hambrunas, calamidades en las que se reconocen
los signos de la ira de Dios o de espíritus maléficos.
En consecuencia recrudece la creencia en poderes ocultos, encantamientos y brujas.
El descubrimiento de la Naturaleza, característico del Renacimiento, plantea otra ambivalencia.
El hombre se enfrenta entonces con dos amos: Dios y la naturaleza. Trascendente uno, inmanente el otro,
En consecuencia la astrología, que vaga entre el cielo y la tierra, ofrece la posibilidad de explicar esa coexistencia.
Por
primera vez, la astrología se ocupa también de la religión: se
confecciona el horóscopo de Cristo; las conjunciones planetarias indican
el nacimiento, y a veces la muerte, de las grandes religiones.
► Científicos Astrólogos
El matemático Cardano, Paracelso, médico y químico, el astrónomo Kepler, concillan el cultivo de la ciencia con la creencia y la práctica astrológicas.
En
algún caso, esta contradicción hará crisis: Kepler exclama que sus
leyes no se gestaron con la influencia de Marte y de Mercurio sino con
las enseñanzas de Copérnico y de Tycho Brahe.
Pero
en definitiva, el Renacimiento, en cuyo seno se gesta la revolución
científica del siglo XVII, fue también la época de oro de la astrología.
Sería
más exacto decir, astrológicamente hablando, que fue su culminación,
pues precisamente en el siglo XVII comienza la declinación de la
astrología.
Astrología y ciencia
El sistema de Copérnico y el anteojo de Galileo
le asestaron los primeros golpes. Cuando se piensa que los astros se
mueven rítmicamente alrededor de la morada fija del hombre, no es
difícil creen en la influencia que pueden ejercer sobre las acciones
humanas.
Pero cuando es precisamente la morada del hombre la
que, junto con la Luna, se desplaza, al igual que los demás planetas,
alrededor del astro máximo, el Sol, que permanece fijo, resulta más
difícil aceptar tales influencias.
Al derrumbarse el sistema ptolomeico, la astrología perdió su punto de apoyo.
El telescopio contribuyó, en gran medida, a desdivinizar el cielo, a despojar de atractivos misteriosos a los astros.
Reveló,
sobre todo, la existencia de otros astros que viajaban a través de los
signos del zodíaco: nuevos planetas y satélites, millares de planetoides
cuya eventual influencia no había podido calibrarse por la sencilla
razón de no ser visibles a simple vista.
Con Newton
cambia el papel de los astros; su admirable ordenamiento no está
destinado a aconsejar al hombre, sino por el contrario, a someterse al
consejo y la voluntad de un Ser todopoderoso e inteligente.
Las
comprobaciones de la ciencia en los siglos XVIII y XIX hicieron que la
astrología entrara en plena decadencia y pasara a la categoría de
seudociencia o superstición.
Muchas veces, injustamente, ni siquiera figuró en la historia de la astronomía.
En el siglo XX, sin embargo, se reinicia un movimiento en su favor.
Kepler y la astrología
En
Kepler, como en Paracelso, se da respecto de la astrología una especie
de ambivalencia: de malas ganas se somete a una astrología en la que
cree y no cree.
Cuando advierte que su
descubrimiento de las leyes del sistema planetario no figura en su
horóscopo, proclama que sus estrellas no fueron Mercurio ni Marte, sino
sus maestros Tycho Brahe y Copérnico.
Así mismo,
en un "típico estallido suyo", como se expresa Koestler, escribe: "Un
espíritu acostumbrado a la deducción matemática, cuando se ve frente a
los falaces fundamentos de la astrología se resiste mucho tiempo, como
un mulo obstinado, a poner el pie en ese sucio charco, hasta que los
golpes y las maldiciones lo obligan a hacerlo."
Pero es claro que Kepler, quien persiguió toda su vida la búsqueda de una armonía cósmica, no podía sustraerse a ese signo de los tiempos y entre sus dudas admite
"que
nadie debiera tener por increíble que de las tonterías y blasfemias de
los astrólogos puede surgir algún conocimiento útil y sagrado, que del
sucio légamo puede salir un pequeño caracol o un mejillón, una ostra o
una anguila, todos ellos alimentos útiles; que de un montón de pedestres
gusanos pueda surgir un gusano de seda, y, por último, que en el
hediondo estiércol una activa gallina puede encontrar un buen grano o
una perla o una pepita de oro, si busca y revuelve bastante tiempo".
Y en otra ocasión:
"¿De
qué manera el aspecto del cielo determina el carácter de un hombre en
el instante de su nacimiento? Obra en la persona durante toda la vida, a
la manera de los lazos que el campesino ata alrededor de los zapallos
en el campo; los lazos no hacen que el zapallo crezca, pero determinan
su forma. Lo mismo puede decirse del cielo: no imparte al hombre sus
costumbres, su historia, su felicidad, sus hijos, sus riquezas o su
mujer; pero modela la condición de ese hombre..."
Fuente Consultada:
Enciclopedia de los Grandes Fenómenos de Nuestro Tiempo Tomo II Astrología, Horóscopos y Ciencia.
https://historiaybiografias.com/historia_astrologia1/?fbclid=IwY2xjawNNzQlleHRuA2FlbQIxMABicmlkETBaRWFsU0J5bmtPdEpqUGpnAR7s9wqiQG1Vkl-2goMy4QMycoW_YBX5B2h6vp0tdRZpw10HqHvehAwUmy-WpA_aem_7qR9GdV6cJwE990OIh4v5A