La confrontación de paradigmas. Por Jesús Navarro.
La confrontación de paradigmas.
Dígase lo que se diga, fue la
ruptura del racionalismo positivista con el viejo paradigma de la
armonía y la sintonía universales (ilustrando tal hecho,
paradigmáticamente por lo demás, las concepciones kuhnianas (Kuh 96) la raíz de la enemiga, y el consiguiente anatema, de la ciencia moderna hacia la astrología.
En verdad, poco podía preocupar a los científicos de
los últimos siglos un determinismo más o menos que añadir a la nómina de
los establecidos por la propia física sobre la realidad humana.
Bien mirado, y dicho sea sin cargar las tintas,
resulta un tanto farisaico arremeter contra la astrología por su
pretendido determinismo ciego, negador en consecuencia del libre
albedrío humano (acusación que, como ha quedado ya claro en lo
precedente, no hace justicia al posicionamiento astrológico tradicional
de mayor raigambre), cuando la filosofía materialista de la ciencia
contemporánea, llevada a sus últimas consecuencias, como una gran
mayoría de científicos ha hecho durante los siglos más recientes, acaba
reduciendo directamente todo comportamiento humano a los determinismos
inapelables de la física.
Una contradicción, no resuelta, que alberga nuestra cultura, por lo demás, desde sus mismas raíces presocráticas (Gav 01),
estipulándose simultáneamente en ellas el inalterable orden
determinista del cosmos, de la naturaleza, del hombre en su seno, y la
responsabilidad ética, librearbitrista, del propio ser humano.
Esa escisión, de suyo irreconciliable, como la del
sujeto-objeto que sustenta el pensamiento científico de la modernidad
histórica, necesita ser superada, y está clamando un radical cambio de
paradigma, en el cual pueda darse una reconciliación, ajena a la
subordinación, pero también a la prepotencia dominadora, del hombre
frente al cosmos.
Un reposicionamiento del hombre en su universo
basado en una concepción integradora, evolutiva, situada en ese difícil
lindero entre el azar y la necesidad que parece ser condición, a la vez
que garantía, de dicha posibilidad evolutiva (Duv 95, Kau 95),
lo cual nos reorienta acerca del potencial interés de las aportaciones
astrológicas consideradas y comprendidas desde esa perspectiva.
Tanto más cuanto ese interés era ya planteado por el mismo Ptolomeo (Pto 80), aunque haya sido gracias a las modernas escuelas psicológicas cuando se ha visto más ostensiblemente puesto de relieve, desde Jung
en adelante, debido a la interacción y convergencia de tales líneas de
pensamiento con la dinámica propia de algunas escuelas astrológicas del
siglo XX, particularmente la humanista y su entorno más o menos próximo.
Pero la sinergia psicología-astrología no sólo se
verifica a nivel simbólico o terapéutico, sino que cuenta asimismo con
el aval de resultados experimentales, tal como los recogidos en (Cla 61, Cla 70, May 78, Gau 79a, Gau 79b, Fuz 92, Fuz 96), por citar unos pocos.
De hecho, aunque nunca se lograse confirmar (a pesar
de los indicios favorables suministrados por los trabajos recién
mencionados) la objetividad positivista de un nexo entre los procesos
terrestres en general, o/y los humanos en particular, y el universo
astronómico, y más concreta y específicamente el sistema solar, las
posibilidades explicativas de lo astrológico en el ámbito psicológico,
como recurso simbólico o proyectivo, seguirían perfectamente en pie (Eys 82, Fuz 96), reclamando para lo astrológico un lugar entre las ciencias humanas.
Al respecto, se dice taxativamente en (Eys 82),
que la astrología, en lo concerniente a dichas posibilidades, “no es
peor que técnicas psicológicas como la de las mancha s de tinta,
ampliamente empleada, aunque nadie pretende que tales manchas contengan
significado real. De hecho la astrología puede superarlas, porque sus
conceptos tienen una belleza y un atractivo innegables, y porque,
tomados de uno en uno, son sugestivamente sencillos”, para continuar
afirmando, unas pocas líneas más adelante, que los terapeutas “están
comprobando que los conceptos astrológicos pueden suministrar un marco
útil para explorar y describir personas y situaciones en términos muy
humanos y comprensibles”, añadiendo enseguida frase tan significativa
como la siguiente: “tales beneficios se mantendrían, desde luego, sea o
no objetivamente cierta la astrología”.
Claro que, en un capítulo precedente de su obra, Eysenck y Nias critican (Eys 82),
aun valorándolo como “extremandamente significativo”, el nivel de
confiabilidad de las posibilidades de descripción caracterológica
basadas en el simbolismo astrológico, considerándolas “marginalmente
útiles – por alcanzar, en media, sólo el 65% de acierto –”, a pesar de
superar, los índices así cuestionados, los niveles de éxito alcanzados
por los tests psicológicos convencionales, que son típicamente del 60%, e
incluso inferiores (Pin 76), por no hablar de las cautelas publicadas sobre la fiabilidad de los tests proyectivos (Lil 01).
Desde luego, a mayor radicalidad de la divergencia
entre los hechos e ideas discordantes y el conocimiento establecido, el
grado de exigencia sobre las pruebas a suministrar, el peso que han de
presentar, crece exponencialmente, de ahí las grandes reticencias y
resistencias a validar los resultados siquiera levemente favorables a lo
astrológico, por no hacer referencia al “conservadurismo natural” (New 00) de los científicos.
Tan es así que, existiendo algún experimento,
planteado de acuerdo con la metodología científica convencional, cuyos
resultados garantizan la posibilidad de salvar vidas humanas (de
neonatos en concreto) recurriendo a la astrología, sin existir
alternativa válida alguna, ni científica ni no-científica, sustitutoria (Eys 82),
no se procede a su réplica para la oportuna verificación o falsación,
prefiriéndose desatender tales recursos potencialmente salvadores ante
la probable alternativa de tener que declarar validez científica a algún
elemento astrológico, … ¡y todo ello en nombre de la ciencia!.
De hecho, ha sido, y sigue siendo, este tipo de
prejuicios de la corporación científica, respecto a las posibles
interacciones tierra-cosmos, hombre-cosmos, lo que viene retrasando la
investigación de hechos insoslayables, pero soslayados al tener
implicaciones que chocan con el paradigma científico dominante.
Una ciencia que, sin embargo, es capaz de dar cobijo no sólo a paradojas más o menos previsibles, más o menos inevitables (Kle 96), sino a contradicciones flagrantes en su seno (Pri 97, Tal 95),
como tampoco se ruboriza cuando abandona su territorio de actuación
para adentrarse en el de las concepciones de carácter singular,
universalizante o globalizador (Pri 98), dando lugar a concepciones calificables por ello (Atl 91)
de míticas, o de mitificantes, y que la ciencia tanto condena, por otra
parte, cuando las reconoce en territorio ajeno a su anuencia
conceptual, a su específica manera de “ver el mundo”.
Las resistencias a que me estoy
refiriendo son tan enconadas como permite reconocer la tardanza,
¡cercana a dos siglos!, en valorar como correctas las apreciaciones
(planteadas en 1801) del mismísimo Herschel, astrónomo
de contrastada reputación donde los hubiera, sobre la correlación
existente entre las variaciones del clima, los precios del trigo y las
manchas solares y sus ciclos (Nes 96).
Y, cerca ya de 1890, cuando Spörer y Maunder
publicaron que la fuerte anomalía solar del siglo XVII, hoy conocida
como mínimo de Maunder (o de Spörer y Maunder), había coincidido con um
periodo particularmente frío en Europa, “esta asombrosa observación pasó
inadvertida durante casi un siglo” (Nes 96).
Del mismo modo, hace poco más de ¡una década!,
cuando tres satélites artificiales, especializados en mediciones
científicas, detectaron simultáneamente que la luminosidad de nuestra
estrella más próxima disminuía, los científicos prefirieron pensar que,
¡los tres!, estaban fallando a la vez (cosa un tanto improbable, por
cierto) y entregaban datos erróneos, antes que aceptar la validez e
implicaciones de semejantes mediciones (Nes 96).
Por no hablar del pertinaz rechazo de los
científicos prenewtonianos a la “supersticiosa idea” astrológica de
considerar la Luna como causante de las mareas, o el de los científicos
ilustrados y decimonónicos (y posteriores) al, también “supersticioso”,
postulado de que los cometas pudieran tener incidencia alguna en la
epidemiología humana.
Claro que, con el tiempo, la primera de ellas ha
acabado siendo, no sólo de sentido común, sino extendida también,
científicamente eso sí, tanto a cuestiones de tipo climático (Wun 00) como a otras de tipo evolutivo-biológico, especie humana incluida (Las 94), habiéndose constatado la incidencia lunar tanto en las respuestas de los circuitos integrados como en las humanas.
Por su parte, la segunda de las ideas mencionadas ha
llegado a ser patrocinada por representantes de la ciencia del siglo XX
tan destacados como Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe (Hoy 78),
que además la extendieron hacia posibles implicaciones morfoevolutivas
en la especie humana, sin arredrarse ante una posible acusación de
connivencia con lo astrológico. También en este caso los avances
experimentales han permitido corroborar la verosimilitud de tales
planteamientos (Ber 99, Myo 01).
En contradependencia, buen número de astrólogos contemporáneos (Fuz 96)
huyen de la ciencia, bien desde la enemiga a los supuestos
meta-teóricos que la subyacen, bien rechazando sus métodos y contenidos
como reacción autodefensiva frente a los prejuicios descalificatorios de
“los científicos”.
Como ejemplo ilustrativo de dichos prejuicios, hoy
todavía se insite en las conexiones “imaginadas por las mentes de los
pseudocientíficos” entre, por ejemplo, las manchas solares y los ciclos
económicos, tal como puede leerse en (Der 99).
Si bien la tendencia está comenzando a invertirse, gracias a que un creciente número de datos experimentales (Lan 90) muestran cómo la dinámica planetaria y sus ciclos inciden en el magnetismo solar (Sey 90), éste en las características del viento solar, uno y otro en el magnetismo y el clima terrestres (Ker 00, Lyo 00), a través de los parámetros orbitales de nuestro planeta, sensibles a su vez a la presencia de otros cuerpos del sistema solar (Gra 00), pudiendo afirmarse, pero ya científicamente, que “el vínculo entre clima y manchas solares parece bastante persistente” (Nes 96).
Sin olvidar, por lo demás, el cómo los cambios en la
magnetosfera son detectables por animales y seres humanos gracias a la
magnetita presente en algunas células o/y áreas de su cuerpo (Bak 83, Fuz 96, Kir 97).
Por no mencionar los estudios cronobiológicos y el
conocimiento de cómo los marcadores externos sirven para “poner en hora”
nuestros “relojes biológicos” internos (Str 94, Bin 97, Cop 99), que pueden estar presentes en una gran diversidad de tejidos corporales (You 00).
Va también emergiendo la constatación de la
existencia de PLLs biológicos sintonizados a los ciclos planetarios (los
de nuestro planeta o los de otros), permitiendo aproximaciones
científicas a lo astrológico que empiezan a parecer de sentido común a
determinados investigadores (Grn 00), quienes, por lo mismo, no sólo se abren a, sino pronostican, demandándolo, un cambio de paradigma (Grn 00).
Por no mencionar los resultados experimentales obtenidos por Gauquelin
en sus trabajos sobre la herencia astrológica, que apuntan la
posibilidad de que los planetas actúen de algún modo como parteras
celestiales (Gau 78, Eys 82), convergiendo con el posicionamiento del propio Ptolomeo (Pto 80, Libro III, capítulo 1)
a propósito de la interacción ambiente-neonato: “que su nacimiento y
aparición concuerde con el estado apropiado del ambiente que lo rodea.
Porque la naturaleza, después de su creación, lo hace moverse a su
salida del cuerpo materno cuando la cualidad del ambiente se asemeja a
las cualidades en que se formó”.
También se ha empezado a reconocer que ciertas
conclusiones cosmobiológicas no llegan a distinguirse de lo
históricamente contemplado como astrológico (Eys 82), si bien no faltan autores cronobiológicos que insisten en la ausencia de relación entre lo uno y lo otro (Bin 97),
a pesar de reconocer que “todos los organismos terrestres se hallan
sometidos a los ciclos asociados a la rotación lunar en torno a la
tierra” y avalar la evidencia experimental de cómo los relojes
biológicos humanos pueden ver modificado su comportamiento si son
sometidos a débiles campos eléctricos ELF.
Siendo que en el rango de la ELF tienen lugar
alteraciones electromagnéticas asociadas a los cambios geomagnéticos
inducidos desde el exterior de nuestro planeta (Eys 82, Sey 90),
existiendo asimismo evidencia experimental de que, exponiendo células
durante cortos periodos a campos ELF, queda alterada la cantidad de RNA
transcrito (Cog 90).
Todo ese panorama, escuetamente comentado aquí, permite reconocer la emergencia de una nueva ciencia (Eys 82, Fuz 96),
… siempre que los científicos practiquemos las virtudes de objetividad,
curiosidad y búsqueda de la verdad, tan inherentes a la genuina actitud
científica (New 00), dejando a un lado los trasnochados argumentos (Wes 92, Fuz 96, Gui 01) con que suelen negarse los indicios de la evidencia, para ejercer un escepticismo científico cabal (New 00), es decir investigador (Pop 00), que no prejuiciado ni incrédulo.
Desentrañar la desconocida “caja negra” de
“interconexión” cielo-tierra, he ahí el reto (Fuz 96) que nos lanzan las
correlaciones hombre-sistema solar detectadas hasta la fecha,
innegables, si bien todavía poco numerosas, pero no por ello
descartables ni escasamente significativas, que se hallan a la espera de
una necesaria aclaración científica.
Descalificar
“científicamente”, entre tanto, lo astrológico, argumentando la ausencia
de pruebas determinantes a su favor, viene a ser como no construir la
casa porque ésta no existe.
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