domingo, 22 de marzo de 2015

Hipócrates, el Arte médico, el Racionalismo y la Astrología. Por Samuel Finkielman.








Hipócrates, el arte médico, el racionalismo y la astrología



Se denomina Cuestión Hipocrática, básicamente, a los interrogantes que plantea la autoría de los tratados que forman el Corpus Hippocraticum. Alrededor de 60 obras constituyen el texto médico más amplio y antiguo que haya sobrevivido desde la remota antigüedad. Ciertamente, historiadores y filólogos consideran que los tratados que lo forman carecen de unidad estilística, incluyen posiciones particulares a veces contradictorias, algunos son simples bosquejos que requieren orden y desarrollo y otros, obras desarrolladas. Estos escritos abarcan múltiples aspectos de la medicina. Al respecto hay posiciones extremas.
Wilamowitz (1848-1931), un filólogo clásico prusiano, más conocido por la polémica a raíz de la obra de Nietzsche El nacimiento de la tragedia, que lo enfrentó a Rohde -maestro de Nietzsche- y a Wagner, Wilamowilz decía de Hipócrates: un nombre célebre sin el respaldo de ningún escrito1.
Hay quienes adoptan una posición menos extrema y distinguen los tratados según criterios de excelencia, literarios, estilísticos, presencia de referencias cruzadas, ideas particulares de críticos antiguos y actuales, o, simplemente, su capricho. Una cosa es clara, los escritos hipocráticos rechazan el papel de la religión, la magia o cualquier superstición respecto de la enfermedad y su curación, incluyendo la filosofía (por ejemplo, en el tratado De la medicina antigua) sin advertir que muchas de las actitudes y creencias que se manifiestan en las obras representan posiciones filosóficas corrientes en la época de la redacción, siguiendo a los filósofos-médicos como Pitágoras, Alcmeón y Empédocles2.
Hipócrates, llamado el padre de la medicina, consideraba su práctica como un arte, pero hay estudiosos que juzgan que la medicina hipocrática representa una ciencia, síntesis de la observación precisa de síntomas, signos y evolución de la enfermedad, a lo que se agrega la explicación racional de estas manifestaciones. Creo que hay que distinguir la racionalidad del racionalismo. La racionalidad es la posibilidad de poner a prueba una explicación. El racionalismo no exigía pruebas, sólo verosimilitud. Descartes no era científico, era un racionalista. Tampoco era ciencia la teoría de los humores, sólo un ejercicio de racionalismo.
Hipócrates es una figura admirable, su medicina representa lo más avanzado hasta los tiempos modernos, a pesar de la teoría humoral que prevaleció más de 2000 años y que sirvió para justificar la sangría, que causó tantos daños como discutibles beneficios. No hay un tratado hipocrático sobre la sangría, a la que menciona varias veces en pocos renglones sin darle importancia. Fue Galeno el que la consideró un recurso terapéutico eficaz e invalorable. La sangría tendría aun justificación en la insuficiencia cardíaca, no claramente reconocida por Hipócrates, y en la policitemia, que no pudo conocer.
Es curioso que lo que podría llamarse escuela o secta hipocrática fuera denominada dogmática en los tiempos del Imperio Romano y convivido con las sectas médicas rivales de los empíricos, de los metodistas y los eclécticos3. Casi nadie considera que haya supersticiones racionalistas, sólo encontré que Seelig en 1905 tuvo el coraje de afirmar que la teoría humoral hipocrática era una superstición filosófica4. El humoralismo que aparece en varios tratados del Corpus es una síntesis del par de oposiciones de Alcmeón (calor-frío y húmedo-seco) y de las cuatro raíces o elementos atribuidos a Empédocles: aire, agua, fuego y tierra. Fahraeus, un médico sueco que introdujo la eritrosedimentación, sugirió que los cuatro humores se basaron en la observación de la coagulación de la sangre en un reservorio transparente. Cuando la sangre se coagula en un tubo y se la deja sin perturbar se observan cuatro capas: un
coágulo oscuro en el fondo (bilis negra); sobre el coágulo una capa de glóbulos rojos (sangre); sobre esta, una capa blancuzca de leucocitos (flema) y, finalmente, una capa superior de suero amarillo claro (bilis amarilla). Lamentablemente, en tiempos de Hipócrates se trabajaba el vidrio para hacer vasijas que eran opacas y no existían tubos transparentes. Recordar que la sangre sería caliente y húmeda; la bilis amarilla, caliente y seca; la flema, fría y húmeda; y la bilis negra, fría y seca.
El enorme mérito de Hipócrates es su avanzado oficio médico junto a las exigencias éticas. El relato de sus casos clínicos se parece a nuestros propios relatos: puso nombre a los síntomas y signos y describió facies, dedos en palillo de tambor, la sucusión pleural, la respiración periódica, etc. También consideró las enfermedades agudas, crónicas y epidémicas. La evolución y las crisis fueron consideradas con claridad y su redacción es simple y lacónica. Es cierto que hay párrafos oscuros, posiblemente debidos a una transcripción defectuosa y trozos incomprensibles que Galeno intentó aclarar6. Hay un caso clínico que deseo transcribir, extraído de Epidemias I y III considerados propios de Hipócrates; de entre las 42 historias clínicas del texto de las cuales 25 (60 %) terminan con la muerte, muestra inequívoca de honestidad, está la siguiente:

La mujer con dolor de garganta que yacía en la casa de Aristión comenzó su enfermedad con afonía, lengua roja y reseca.
Al primer día escalofríos y fiebre.
Al tercer día rigor, fiebre alta, aparecen nódulos encadenados a cada lado del cuello que descienden hasta el pecho, extremidades frías y lívidas, respiración frecuente. La bebida regurgitaba por la nariz, no podía deglutir. Cesó de orinar y evacuar.
Al cuarto día empeoraron todos los síntomas.
Al quinto día confusión y muerte
7.

Hipócrates escribía 400 años antes de la introducción del calendario Juliano y carecía de un modo adecuado de fechar, Había varios calendarios usados en Grecia basados en el ciclo lunar, de manera que una fecha sufriría corrimientos sucesivos en los años solares. Era por eso una práctica habitual emplear ciertos eventos astronómicos como método para determinar las estaciones, cuya importancia fue subrayada en los tratados Sobre aires, aguas y lugares, El régimen en las enfermedades agudas y en Epidemias. Mejor sería determinar los equinoccios y los solsticios pero esto requería no sólo de un gnomón que proyectara su sombra sino además un reloj de sol o dial adecuado para cada lugar; la sombra más corta al mediodía (solsticio de verano) correspondería al 21 de junio; la más larga, solsticio de invierno, 21 de diciembre, y los equinoccios, al mediodía, sombra intermedia, 21 de marzo, primavera y 21 de septiembre, otoño. Así, a falta de un dial, que requeriría la observación de un experto que lo construyera (tarea que demandaría un año), se observaba el cielo tomando como referencia el ascenso helíaco o ascendente y la puesta de tres constelaciones:

El ascendente de las Pléyades 10 de marzo primavera
El ascendente del Can (Sirio) 17 de julio verano
El ascendente de Arcturus 10 de septiembre otoño
La puesta de las Pléyades 11 de noviembre invierno

No hay exactitud en el comienzo de la estación pero sí indican la plenitud de la misma o se anticipan al comienzo. De todas maneras marcan un cambio reciente del clima o su perspectiva futura. No era un calendario perfecto pero era más fijo que los meses lunares8. ¿Significaba esto que las estrellas causaban el cambio de las estaciones y los riesgos de la enfermedad?
Hipócrates ignoraba la existencia de la astrología médica, que fue impulsada por el babilonio Beroso, casi un siglo después de su muerte. Beroso se había establecido en Cos y tuvo acceso a los escritos hipocráticos e interpretó una relación estrecha entre los cuatro humores y la posición de la luna en el zodíaco. Este concepto se generalizó en la época alejandrina, prevaleció en la Edad Media y con distinto énfasis en los tiempos modernos. La astrología fue aceptada por figuras como Kepler y, hay quien supone que afectó también a Newton que escribió extensamente sobre alquimia pero no se conocen escritos astrológicos suyos. Y se enseñó en las universidades9.
Moerbeke (c1215-1286) nacido en Flandes, ingresó en la orden de Santo Domingo y trabajó junto a Santo Tomás de Aquino. Tradujo a Aristóteles del griego al latín y, ávidamente, tradujo también cuanto texto griego al que tuvo acceso, de filósofos, matemáticos, astrónomos y poetas. Después de obtener el arzobispado de Corinto llegó a sus manos un manuscrito griego atribuido a Hipócrates que no figuraba en las versiones bizantinas antiguas del Corpus Hippocraticum, que tradujo con el título probable De Ypocratis astronomia. Esta traducción tendrá una larga historia; copiado infinidad de veces, formó parte del patrimonio de las bibliotecas de toda Europa, y fundamentó la idea de un Hipócrates astrólogo10. Otra versión griega fue traducida por Pietro D'Abano y una tercera versión latina es de autor anónimo11. Cada copista tituló la traducción a su antojo y se cuentan más de una veintena de títulos. Algunas de estas versiones son atribuidas a Galeno.
Albrecht von Haller (l708-1777), suizo de Berna y discípulo de Boerhaave, médico, anatomista, fisiólogo, botánico y poeta, formó un grupo que tradujo al latín y al alemán los escritos hipocráticos incluyendo los tratados y epístolas apócrifas en una sección -Opera spuria- a la que agregó sus comentarios. El tratado en cuestión se denomina De significatione vitae et mortis secundum motum lunae et aspectus planetarius. Dice Haller: "En conjunto es absolutamente astrológico y muy remoto de la sabiduría hipocrática. No existe en la versión griega del Corpus Hippocraticum y es obra de otro autor tardío. Comprende 14 párrafos y 16 páginas y versa sobre todos los signos del zodíaco y la localización de la luna a lo largo de aquellos. Su lectura proporciona alguna información acerca de lo absurdo de la astrología, presunta ciencia que aún tiene adeptos, como la figura de la portada de muchos almanaques anuales"12. Al autor suelen denominarlo pseudo- Hipócrates o Hipócrates Latino.
¿Cree usted, caro lector, que Hipócrates practicó la astrología leyendo en las estrellas el destino de sus pacientes, que llamaba pronóstico?

Samuel Finkielman





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