sábado, 28 de marzo de 2015

Historia de la Astrología. Por Juan Santacruz.









Historia de la Astrología


Introducción





El ser humano es la más noble criatura terrestre, pues es la única que posee no sólo la facultad de percibir el ambiente mediante sus sentidos, sino también el don de representarlo en síntesis puramente espiritual. Tal “visión del mundo” constituye el más precioso caudal de su sabiduría, tanto más valioso para él dado que sustenta la creencia de haberlo producido en virtud de un acto volitivo y libre de creación. Sin embargo, y aunque dicha creencia sea propia de la naturaleza humana, es en realidad errónea o por lo menos, sólo parcialmente exacta, porque está probado que el alcance de los conocimientos depende en sí de la facultad perceptiva humana, es decir de los sentidos y, en consecuencia, es de índole subjetiva. Así lo comprendió Pitágoras, al resumirlo en su lapidaria frase de: “El hombre es la medida de las cosas”.
Por otra parte, existen en el mundo influencias quizás más efectivas que la impresión de nuestros sentidos, pero que escapan a su percepción y que con harta frecuencia no se incorporan a su visión del mundo. Participan de estas influencias las relativas a las fuerzas que estudia la astrología, que revisten suma importancia en la función de los procesos vitales y en la concreción del éxito; pero que los pocos practicantes de dicha ciencia han limitado a un sólo aspecto, si bien de importancia particular.
De ninguna manera debe olvidarse que las fuerzas consideradas por la astrología, que revisten suma importancia son de carácter universal, vale decir que influyen en la totalidad de los sucesos terrestres. En la producción de los fenómenos terrestres, tal ingerencia se combinará siempre con condiciones puramente terrestres. Existirá por doquier, aunque no participará en la misma proporción. Así, por ejemplo, el factor astral de la combinación se hará valer en el hombre como excitación y en el terrestre como amplitud de reacción. Dentro de una observación científica del mundo, fundada en la ley de causa y efecto, es natural que todo acontecimiento en el ilimitado universo, por más exiguo y sencillo que sea, debe provocar a su vez una serie de acontecimientos. Y ese mismo acontecimiento no es otra cosa que una consecuencia de otros.
Por nuestra parte, los astrólogos, hemos constatado que la astrología es susceptible de desentrañar las relaciones del Todo con el acaecer terrestre. Que es la ciencia del determinismo cósmico y que, en su especial aplicación al hombre, investiga los nexos existentes entre los factores astronómicamente determinables de un cuadro natal celeste (carta astral) y los acontecimientos de la vida del sujeto de aquella carta astral, ya se trate de individuos o de colectividades.
Este documento ha sido extraído del libro “Astrología Racional” Reproducido con autorización de la Editorial Kier, S.A.

La Astrología en la Antigüedad

 

Tenemos constancia documental de prácticas astrológicas a partir de la época del florecimiento de las grandes civilizaciones antiguas de Egipto, Mesopotamia y Grecia. Se tienen indicios, por ejemplo, de que el rey asirio Asurbanipal (668-625 a. C.) poseía manuscritos astrológicos procedentes de Egipto que quizá podían remontarse al tercer milenio a. C. Lo que sí se conserva es un calendario fechado hacia el año 1300 a. C. que contiene un elenco de días favorables y desfavorables. También han sido descubiertas en numerosas tumbas de aquellas civilizaciones tablillas que indican posiciones y cursos de astros. Una de ellas describe todos los eclipses lunares que hubo en Babilonia durante 400 años, hasta el año 317 a. C. Este tipo de documentos se hizo más abundante a partir del siglo IV a. C., y entre sus referencias figuran las que vaticinan o interpretan astrológicamente eclipses, meteoros, tormentas, demonios, apariciones de fantasmas, construcciones de casas, muertes de reyes, invasiones, guerras, epidemias, cosechas, etc…
En la llamada tablilla de Cambises aparecen ya signos muy parecidos a los del zodíaco moderno. Está comprobado que los astrólogos babilonios y caldeos conocieron y estudiaron los cinco planetas visibles a simple vista desde la Tierra (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), realizaron estudios comparativos de las posiciones de cada uno de ellos, y dieron nombres a numerosas constelaciones y astros (por ejemplo, al Sol le llamaron Shamash y a la Luna, Sin). El desarrollo de la astrología mesopotámica quedó reflejado en la Biblia hebrea (por ejemplo, en el libro de Daniel), que documentó, hacia el año 600 a. C., diversas prácticas de adivinación astrológica realizadas en las tierras de Caldea y Babilonia donde reinaba Nabucodonosor.
No está muy clara, aunque nadie la discute, la influencia egipcia sobre la astrología de las antiguas civilizaciones que florecieron entre el Tigris y el Éufrates. Se tiene constancia de que los egipcios adoraron a los astros, especialmente al Sol, y se sabe que en el tarot egipcio, que fue la base de los diversos tipos de tarot modernos, se representan elementos astrológicos como los planetas y estrellas. Algunos autores creen además que la representación como leona de la diosa egipcia Sekmet es un antecedente del signo de Leo, y que el carnero antropomorfizado con que se identifica el signo de Aries procede de la iconografía del Amón egipcio.
La aplicación de los cálculos astrológicos no a sucesos generales o colectivos, sino a la elaboración de horóscopos individuales, la carta natal, está documentada en tablillas mesopotámicas a partir del siglo IV a. C. También a partir del siglo I a. C. se documentan papiros egipcios y helenísticos con este tipo de informaciones.
Aunque en la Grecia arcaica y en la clásica no se documentan de manera significativa las tradiciones astrológicas, puesto que hay que considerar el pitagorismo como un fenómeno independiente, en el período helenístico tardío, particularmente en la época de máxima influencia alejandrina, sí se escribieron muchos tratados de astrología. Según la leyenda, la astrología fue importada a Grecia desde el país de los caldeos por Beroso, quien, hacia el 330 a. C., fundó una célebre escuela de astrología en Cos. La astrología helenística fundiría, a partir de entonces, la tradición importada de Oriente con numerosos elementos y conceptos de la filosofía patrimonial griega, como los de los cuatro elementos, los cuatro humores, los cuatro temperamentos, etc. sobre los que habían hablado Empédocles, Aristóteles e Hipócrates. Un discípulo de Platón, Filipo de Oponto, fue quien atribuyó a los planetas astrológicos el nombre de diversos dioses del panteón griego. La trascendencia de todas estas aportaciones griegas ha llevado a algún investigador moderno a definir la astrología como “el resultado típico del cruce entre la ciencia astral oriental, la sabiduría de los templos egipcios, la astronomía babilónica, y la matemática y la filosofía naturalista griegas”.
Hiparco de Nicea, en el siglo II, fue una astrólogo de importancia fundamental, a quien se deben las primeras observaciones y análisis de los desajustes provocados por el desplazamiento continuo del punto vernal como consecuencia del movimiento del eje de rotación de la Tierra. Ello provoca un desplazamiento de 30º en cada signo del Zodíaco por cada 2.160 años que no ha podido ser solucionado de forma satisfactoria por ninguna escuela astrológica. Además, perfeccionó la teoría de la ascensión de los signos del zodíaco en las diferentes latitudes, que había elaborado el geómetra Hipsicles.
Pero la figura más relevante de toda la tradición astrológica antigua fue, sin duda, Ptolomeo (90-168 d. C.), quien elaboró en torno al año 150 a. C. su fundamental Tetrabiblos o Quadripartitus, obra básica sobre los astros y sus influencias que mantuvo plena vigencia y aceptación hasta el Renacimiento europeo. Ptolomeo fue el primero en reconocer que la astronomía, como disciplina eminentemente positiva, era superior a la astrología, que no dejaba de ser una disciplina especulativa. Sin embargo, defendió que ésta era un método válido para conocer mejor a los hombres, su constitución y caracteres. El sistema de Ptolomeo se basaba en la observación y medición rigurosa de las posiciones del Sol, de la Luna y de los demás planetas con respecto a la Tierra; en su concordancia con los elementos y humores (fríos, calientes, húmedos y secos), que determinaban que el Sol fuese un astro cálido y seco, la Luna fría y húmeda, Saturno frío y seco, etc. De ello podían deducirse, según él, supuestas influencias sobre el carácter y la vida de las personas nacidas bajo la influencia de cada planeta. Defendió también que los astros pueden ser masculinos (Saturno, Júpiter, Marte…) y femeninos (Venus, la Luna…), y que ello influía también sobre el carácter de las personas nacidas bajo su signo. Los profundos conocimientos geográficos de Ptolomeo le llevaron también a establecer relaciones entre el carácter físico y moral de las personas y la localización de sus regiones natales con respecto al Sol y a los astros. Señaló por ejemplo que “los países que en el primer cuadrante de Europa están situados en la puesta solsticial poseen la naturaleza de la triplicidad Aries-Leo-Sagitario, y están gobernados por Júpiter y Marte occidentales. Estos países son Bretaña, Bélgica, Italia, Galia, Hispania… sus habitantes están prestos a servir, son amantes de la libertad, aficionados a las armas y a la guerra, pacientes en el trabajo…”.
La astrología romana fue una réplica de la griega, desprovista de su dimensión intelectual, y potenciadora de su dimensión supersticiosa, mágica y comercial. Se dejó influir mucho por escuelas astrológicas sincréticas de Oriente y por tradiciones mágicas germánicas, celtas y del resto de los pueblos indígenas con los que los romanos tuvieron contacto. Los astrólogos romanos constituyeron una casta profesional muy abundante, puesta al servicio de muchos señores sobre cuyas vidas y negocios llegaron a ejercer gran influencia. Los de prestigio más bajo ejercían su oficio en calles, mercados y ferias. Numerosos astrólogos, como el célebre Trasilo, fueron protegidos por emperadores como Tiberio, a quien profetizaron su ascensión. Otros corrieron peor fortuna, como los que fueron castigados tras difundir vaticinios desfavorables sobre Calígula. Otro emperador, Claudio, tuvo a su servicio a un hijo de Trasilo, Balbillus, que acabaría siendo preceptor de Nerón. Una sobrina de Balbillus fue la también astróloga Julia Balbilla, que alcanzaría a ser consejera del emperador Adriano. Fueron escasos los astrólogos romanos que realizaron labores de tipo tratadístico e intelectual. Se sabe que, por aquellos años, Doroteo de Sidón escribió un tratado astrológico que alcanzó gran renombre, pero que no se ha conservado. También a Clemente de Alejandría se le han atribuido diversos escritos, llamados pseudo-clementinos, que defendían que la astrología era una ciencia que tenía bases matemáticas, aunque sus cómputos tenían una dimensión más bien mágica, porque defendía que eran un arte que podían realizar las almas de los muertos y los demonios a través de los humanos.
Numerosos escritores latinos, como Vitrubio, Plutarco, Fonteius Capito, Manilio y Apuleyo, reflejaron en sus obras sus difusas creencias astrológicas. Otros como Virgilio, Ovidio y Horacio también se refirieron ocasionalmente a la influencia de los astros, aunque no se puede llegar a saber su grado efectivo de creencia. Plinio el Viejo pensaba que los astros no ejercían ninguna influencia sobre la vida o sobre el carácter de las personas, pero sí sobre el medio físico terrestre. Otros autores latinos fueron, en cualquier caso, muy críticos con estas creencias. Su mayor detractor fue, sin duda, Cicerón, quien las atacó violentamente en tratados como De la naturaleza de los dioses, Sobre la adivinación y Sobre el destino. Señaló, por ejemplo, que las personas muertas en una misma batalla nacieron indudablemente en instantes, lugares y bajo distintos astrológicos distintos…, lo cual no les sirvió a unos más que a otros cuando todos debieron enfrentarse a su destino fatal. Además, llamó la atención sobre el hecho de que individuos nacidos en el mismo lugar y en el mismo momento tuvieran caracteres y destinos diferentes. Otro de los autores latinos más críticos con las prácticas astrológicas fue Luciano de Samosata.
Al final de la época romana, el ascenso del cristianismo trajo consigo una desigual oposición intelectual a la astrología. Sectas como las de los gnósticos y los maniqueos se mostraron muy permeables a las creencias astrológicas. Pero autores de credo más ortodoxo, como Orígenes, atacaron fervientemente los horóscopos, aunque este pensador, por ejemplo, reconoció una cierta influencia y utilidad de la astrología. En el siglo III d. C., el neoplatónico Plotino se distinguió también por su rechazo de la astrología, aunque sus obras tardías parecen indicar una progresiva aceptación de algunos de sus principios. Muchos autores de la época, aunque negasen algunas dimensiones de la astrología, aceptaban otras, como la influencia de los astros en las catástrofes naturales y en la comisión de crímenes. El llamado Libro de Enoch, que a veces se atribuyó a Hermes Trimegistro, parece recoger antiguas tradiciones astrológicas hebreas y arameas. Tuvo tanta influencia que incluso San Agustín, en La ciudad de Dios, admitió la veracidad de algunas de sus partes.
Reproducido con autorización de la “Enciclopedia Universal Micronet”

La Astrología en la Edad Moderna

 

El cultivo de la astrología en la Edad Moderna ha tenido épocas de máximo desarrollo y de intensa decadencia. El Renacimiento coincidió, efectivamente, con una época de gran vitalidad, pero en los siglos XVII, XVIII y XIX la suma de prohibiciones religiosas y legales, y el rápido desarrollo de un nuevo espíritu científico racionalista, apagaron en buena medida su vigencia. El siglo XX ha visto un potente renacimiento de la astrología, en paralelo con un aumento de los credos místicos e ideológicos alternativos y heterodoxos…
El primer acontecimiento que reforzó a la disciplina astrológica a finales de la Edad Media fue la invención y el desarrollo de la imprenta. Su concurso permitió, a partir del siglo XV, la impresión de las tablas de efemérides planetarias, que dieron un gran impulso a la difusión de la astrología. En el tercer cuarto del siglo XX, Johann Müller de Königsberg, llamado Regiomontanus, calculó unas tablas de efemérides muy elaboradas por encargo de un arzobispo húngaro; y después publicó otras más perfeccionadas que alcanzaron una gran difusión impresa, y que, según algunos estudiosos, llevaron Cristóbal Colón y Vasco de Gama en sus viajes. Regiomontanus llegó a ser incluso un influyente consejero del papa Sixto IV, a quien ayudó a elaborar sus propios horóscopos.
Es bien sabido que todos los Papas de finales del siglo XV y de comienzos del XVI, especialmente Pablo III, gustaron de rodearse de astrólogos y videntes que llegaron a ejercer gran influencia en la curia romana. A comienzos del siglo XVI, la astrología era una disciplina formal no sólo en la Universidad papal, sino también en todas las grandes universidades de Occidente. Y, además de los Papas, la mayoría de los reyes y nobles de la cristiandad tenían también astrólogos a su servicio. Incluso se tienen indicios de que entre los primeros teólogos protestantes tuvo una cierta vigencia una especie de astrología luterana. Se sabe de la existencia de un horóscopo de Lutero.
El astrólogo más célebre del siglo XVI fue, indudablemente, el francés Michel de Nostre-Dame, conocido como Nostradamus. Nostradamus fue uno de los personajes más famosos de su tiempo, y sus consejos eran disputados por reyes y nobles que le solicitaban constantemente sus horóscopos. Entre sus mayores logros figura el vaticinio, con cuatro años de anticipación, de la muerte de Enrique II, y de muchos más sucesos que, según parece, resultaron ciertos. Nostradamus puso por escrito, en forma poética, unas Centurias astrológicas (1555) en las que, en tono críptico, muchos han querido reconocer profecías de sucesos que tendrían lugar hasta el año 3797. Sus defensores afirman, por ejemplo, que predijo la Revolución Francesa, las muertes de Luis XVI y de María Antonieta, la Revolución Rusa, las dos Guerras Mundiales, la creación del estado de Israel, etc. Otras de sus profecías se refieren a la invasión de Europa a fines del siglo XX por una alianza de pueblos árabes y eslavos, al asesinato de un papa en Lyon, a la caída de París y de Occidente, y a la llegada del Anticristo.
Aunque el siglo XVI fue uno de los de máximo prestigio intelectual y social de la astrología, el siglo XVII marcó un período de rápida decadencia. Los descubrimientos astronómicos de Copérnico, Galileo y Kepler asestaron duros golpes a algunos de sus principios (a pesar de que Kepler practicase también la astrología). Todavía algunos autores intentaron defenderla. Por ejemplo, Jean Baptiste Morin (1583-1650), astrólogo del duque de Luxemburgo y del cardenal Richelieu, escribió un tratado de Astrologia gallica que ha de considerarse como uno de los más profundos e importantes de su época. Y el benedictino Placidus de Titis (1603-1668) también llegó a desarrollar nuevas y complejas técnicas de cómputo relacionadas sobre todo con la fijación de las casas zodiacales.
La opinión mayoritaria de teólogos, intelectuales y científicos iba, sin embargo, orientándose rápidamente hacia una actitud de crítica radical de la astrología. En 1582, la Inquisición española comenzó a poner trabas importantes a que en las universidades se impartiesen la astrología y la nigromancia como asignaturas formales. El papa Sixto V promulgó en 1585 una bula que condenaba rotundamente todas las modalidades de adivinación, astrología, encantamiento, brujería y hechicería. Y en el Concilio de Malinas de 1607 se dictó otra condena muy dura dirigida de forma especial contra la astrología.
Por otro lado, el pensamiento racionalista de René Descartes desautorizó radicalmente la astrología en el terreno filosófico. En el político, el primer ministro Colbert prohibió su práctica en Francia y clausuró el Colegio astrológico de París en la década de 1660. En 1710 incluso se prohibió en Francia la impresión de tablas de efemérides planetarias. Algunos reyes ilustrados, como Federico II de Prusia, pretendieron erradicar no sólo la astrología de élite, sino también las creencias populares al respecto; y María Teresa de Austria ordenó la destrucción de numerosos libros sobre estos temas. La Enciclopedie francesa de Diderot y D’Alembert atacó con inusitada dureza las creencias astrológicas. También en España el cultivo de la astrología pasó por un período de ostracismo, aunque algunas de sus manifestaciones más populares, en forma de almanaques, horóscopos generales, etc., mantuvieron una cierta vigencia. Se conocen, por ejemplo, algunos almanaques astrológicos españoles del siglo XVIII, algunos elaborados por intelectuales de la talla de Diego Torres Villarroel.
Hay que señalar, en cualquier caso, que algunas instituciones masónicas de la época, que integraron tímidamente algunos de sus elementos en ciertas prácticas rituales, mostraron algún grado de tolerancia hacia la astrología.
También en Inglaterra hubo un cierto grado de flexibilidad hacia la astrología. Nunca dejaron de imprimirse abundantes almanaques y tablas de efemérides, que llegaron a tener tiradas muy abundantes. Es bien sabido que en la misma corte de la reina Victoria se confeccionaban horóscopos con motivo del nacimiento de algún príncipe. Algunos astrólogos se convirtieron en personajes muy destacados de la vida social. Por ejemplo, Richard James Morrison, llamado Zaquiel, alcanzó enorme fama y prestigio al predecir la muerte del príncipe consorte Alberto en 1861. Muy famosos se hicieron también Robert Cross Smith, que usó el seudónimo de Raphael, y Alan Leo, fundador de la revista Astrologer’s Magazine. La aceptación social de la astrología llegó al extremo de que médicos y científicos importantes la cultivaron y contribuyeron a un aumento extraordinario de su bibliografía.

Reproducido con autorización de la “Enciclopedia Universal Micronet



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