Para las personas del siglo XVI la religión constituía un instrumento esencial en su forma de aprehender la realidad. La interpretación del mundo y de la propia existencia estaba marcada por un cristianismo que daba una configuración sim bólica trascendente a los momentos importantes en la vida de todo ser humano. Desde el bautismo hasta la extremaunción, las celebraciones eclesiales dotaban de sentido a los acontecimientos y configuraban el discurrir de la existencia de los fieles. Además, la religión cristiana se había convertido, de la mano de monarcas como los Reyes Cató licos, Carlos V y, muy especialmente, Felipe II, en el principal elemento de integración social del reino. Impuesta la uniformidad de creencias con la expulsión de judíos y moriscos, defendida la pureza de la fe a través del tribunal inquisitorial y estructurada la Iglesia española como una Iglesia nacional dependiente tanto o más del rey que del papado, nadie puede dudar de hasta qué punto la sociedad española caminaba al ritmo que marcaban los ritos cristianos.

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